Medio: La Razón
Fecha de la publicación: lunes 08 de noviembre de 2021
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Hoy 8 de noviembre se cumple el primer año de la recuperación de la democracia con el juramento de Luis Arce Catacora como presidente constitucional de Bolivia, luego de un interregno autoritario que duró (también) un año. Este retorno al cauce democrático tiene una variable explicativa: el protagonismo del bloque nacional-popular, pivote articulador del archipiélago de organizaciones territoriales urbanas y campesinas/indígenas.
Al momento de escudriñar la movilización de campesinos y obreros, en noviembre de 1979, que frenó el golpe de Estado de Alberto Natusch Busch, la lucidez intelectual de René Zavaleta concluyó que la democracia se instaló en el imaginario colectivo del nacional-popular. Desde ese momento, la democracia se erigió en un horizonte de visibilidad. Entonces, las calles y las urnas se constituyeron en escenarios para expresar esa voluntad democrática.
Desde las masas de noviembre del 79, el accionar del bloque nacional-popular fue fundamental para mantener e inclusive recuperar la democracia. Ciertamente, la democracia está arraigada en el ajayu del pueblo. De hecho, ese espíritu democrático fue el que primó, inclusive en aquellos momentos insurreccionales como la “guerra del gas” donde la posibilidad de tomar el cielo por asalto estaba presente, pero el bloque nacional-popular siempre buscó solamente una salida institucional para evitar así una ruptura constitucional.
A diferencia de otros momentos políticos de la historia contemporánea boliviana en la cual el horizonte de visibilidad de la revolución socialista, por ejemplo, estaba instalado en el imaginario de algunos sectores populares, siguiendo la explicación zavaleteana, en cambio, a partir de 1979 la democracia cobró su propio sentido como operador ideológico para la movilización del bloque nacional-popular.
Entonces, la idea del golpe de Estado no cuaja en el imaginario político del bloque nacional-popular. No sucede lo mismo con los sectores conservadores bolivianos en caso que la salida democrática sea desfavorable para ellos, la idea de la ruptura constitucional fue siempre el “Plan B”. Efectivamente, cuando uno revisa la historia de los golpes de Estado en Bolivia de los últimos 50 años, se concluye que esas estocadas a la democracia no enarbolaban proyectos populares, ni mucho menos, sino todo lo contrario, eran proyectos conservadores y reaccionarios.
Ese imaginario democrático fue crucial, por ejemplo, para que las masas de agosto en 2020 frenen el prorroguismo ad infinitum del gobierno transitorio en su intento de postergar la verificación de las elecciones presidenciales/ parlamentarias, el bloque nacional-popular movilizado nuevamente en las calles y las carreteras obligó al Tribunal Supremo Electoral (TSE) a fijar como fecha inamovible para ir a las urnas el 18 de octubre.
Entonces, la victoria electoral contundente del Movimiento Al Socialismo (MAS), casi con el doble de ventaja de votos con relación al segundo, el expresidente Carlos Mesa, se debe a esa vocación democrática del bloque nacional-popular. Si en noviembre de 2019, los golpistas entraron con la Biblia en la mano al viejo Palacio Quemado señorial, un año después, el 8 de noviembre de 2020, los indígenas bolivianos, haciendo ofrendas a la Pachamama por el triunfo democrático, entraron a la Casa Grande del Pueblo portando orgullosos sus wiphalas, sonando sus pututus. Hoy se escucha nuevamente clarines rupturistas pidiendo la renuncia presidencial, pero, el bloque nacional-popular estará vigilante, una vez más, para proteger la democracia de otra estocada golpista.