Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 31 de octubre de 2021
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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El 2018 fue un año
preocupante para la democracia en América Latina. La encuesta del
Latinobarómetro reveló que el 71% de los latinoamericanos estaba insatisfecho
con la forma en que funcionaba su democracia. Pero afortunadamente el análisis
para 2020 muestra signos débiles pero positivos de resiliencia en las
democracias latinoamericanas marcados por la disposición para hacer valer la
voz a través de la protesta o las urnas.
Para el
Latinobarómetro, los gobernantes se colocarían a sí mismos al borde del abismo
si no saben interpretar, producto de desigualdades previas que fueron
exacerbadas por la pandemia, las demandas ciudadanas que se expresan a través
de las movilizaciones, la participación electoral y la percepción de
insatisfacción.
Y aunque no podemos
negar que aquellas demandas son signos de salud democrática, creo que es
importante ponernos en guardia frente al optimismo que de ellas deriva. Para
ello, quiero señalar que algunos de los resultados, sumados a ciertas
tendencias políticas actuales, podrían dibujar un panorama menos optimista.
A diferencia de
otras mediciones como la de The Economist o Freedom House, el Latinobarómero no
realiza una clasificación de los regímenes democráticos, de ahí que el
indicador de “apoyo a la democracia” sea revelador porque se presenta como una
fotografía panorámica de Latinoamérica.
Una década atrás
este indicador se encontraba en 63%, desde entonces había venido descendiendo,
pero para 2020 esa caída se detuvo y actualmente el 48% de los encuestados
considera que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”.
La democracia y los demócratas
Aunque preferiríamos
un número más alto, es bueno que el apoyo al autoritarismo se mantenga bajo con
un 13%. Pero el número que nos debe preocupar es el de los indiferentes al
gobierno: 27% entre los latinoamericanos (en 2010 era de 16%). Si lo cruzamos con
los datos del “perfil de los demócratas”, éste revela que entre la población
joven (de 16 a 25 años) el apoyo a la democracia sólo se encuentra en el 50%.
Esto nos demuestra que la “vida democrática no está produciendo demócratas”.
¿Hacia cuál de los
indicadores se deslizarán el 27% de los indiferentes o el 50% de los jóvenes
que no tiene apego por los valores democráticos: hacia el autoritarismo o hacia
el apoyo democrático?
La encuesta nos
revela que los ciudadanos quieren votar a sus gobernantes, cierto; pero frente
al uso del poder electoral ciudadano, los gobiernos tienen que crear
artificialmente un impacto que les garantice continuidad.
En algunos casos,
ese impacto se consigue a través de narrativas que presentan al líder del
ejecutivo como el único capaz de solucionar las demandas ciudadanas y a sus
adversarios como enemigos. Las narrativas que hecha mano de ese discurso sólo
buscan la aceptación acrítica de su mensaje, no el diálogo plural que requiere
la democracia.
En este contexto, si
el indiferente (27%) se une al insatisfecho (23%), ¿cómo seremos capaces de
evitar la formación de “autocracias electorales” donde no importa quién
gobierna y por cuánto tiempo mientras prometa solucionar los problemas? ¿Qué
podemos hacer con los indiferentes para que no caigan en el canto de sirena del
autoritarismo?
Un primer indicio de
la dificultad de enfrentar este problema es que el 51% de los latinoamericanos
toleraría un gobierno no democrático pero que resuelva los problemas. Y aunque
no los hayan resuelto, la permisividad de los ciudadanos a las transgresiones
democráticas fortalece el autoritarismo.
Un autoritarismo
militar es igual de peligroso que uno no militar, pero aún así se presenta una
alta tolerancia al segundo, ¿por qué será que los procedimientos democráticos
han generado esa tolerancia? ¿La incertidumbre propia de la democracia es
intolerable para algunos? ¿Está en los gobiernos la pieza que inclina la
balanza hacia la democracia?
El papel de los gobernantes
Si el cierre del
decenio que comenzó en 2010 se caracterizó por las protestas masivas en países
como Ecuador, Colombia o Chile, la década que está en curso debería ser
recordada como aquella en que los gobiernos decidieron combatir con éxito la
persistente desigualdad.
Sin embargo, la
credibilidad en aquellos está en su “piso mínimo” y si le sumamos escándalos
como el de los Papeles de Pandora, los gobiernos tendrán muy complicado llevar
a buen puerto sus promesas. Para el Latinobarómetro, el desafío de los
gobiernos en la década en curso será terminar sus mandatos en tiempo.
Los cambios
presidenciales en países como México, Ecuador o Perú son evidencia de este
reto, pero en este contexto, desde la perspectiva del que gobierna, el desafío
no es terminar en tiempo sino la permanencia más allá de su tiempo.
Para hacer frente a
la inminente desconfianza de sus gobernados, el reto de los gobernantes es
encontrar formas de aferrarse al poder: desde las más descaradas como ocurre en
Nicaragua hasta las más sutiles como el debilitamiento de las instituciones o
una retórica de polarización practicada desde el gobierno en turno.
Las rutas que los
gobiernos están tomando para hacerle frente a las crisis deben ser analizadas
desde su cuestionamiento como estrategias que refuerzan los valores y los
organismos democráticos. Por ejemplo, cómo interpretar que un presidente se
tome una foto rodeado de militares luego de amenazar al poder judicial o que,
ignorando la Constitución de su país, decida dar responsabilidades civiles a
las fuerzas armadas.
Para el Latinobarómetro,
el camino hacia la consolidación democrática pasa por la respuesta de los
gobernantes a las demandas sociales, pero: ¿cómo saber si esa respuesta es
democrática?, ¿cómo evitar que la polarización del discurso oficial, reflejada
en las actitudes de la gente, siga siendo el signo distintivo de la democracia
actual?
El reto frente a nosotros
Considero que las
preguntas planteadas sólo se resolverán si somos capaces de tender un puente
entre la teoría y la práctica democrática. Y ello implica proporcionar a las
personas una idea y práctica de la democracia cercana a sus problemas y
experiencias para garantizar su comprensión y apoyo.
La labor del
Latinobarómetro nos permite conocer esas experiencias y problemas, pero también
nos muestra lo que nos falta por hacer y entender. En ese sentido, el reto de
cara a la década en curso es aprender de las diferentes formas de vivir la
democracia y devolver a las personas una idea de la misma que estén dispuestos
a defender y valorar. De otra manera, sólo seremos testigos de su
debilitamiento, pero no de su consolidación.