Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 31 de octubre de 2021
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Parece inútil esperar que los actores políticos,
cualquiera sea su signo, asuman la necesidad de autocrítica. Y no es que les
falten motivos. Al contrario: sobran errores, desviación, retrocesos. Igual lo
suyo siempre será la (auto)conmiseración, lo más lejos posible de la
reflexividad y el examen crítico en el espejo. ¿Podemos decir lo mismo,
salvando distancias/similitudes, de los actores mediáticos? ¿Cómo está hoy,
señorías, el oficio periodístico?
Hay esquiva discusión sobre el desempeño de los medios en
general, y algunos diarios en especial, en la coyuntura crítica de 2019. Aunque
el tema está ausente en el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos
Independientes, quedan los hechos. Y las evidencias. Algunos operadores
mediáticos no solo fueron parte activa de la polarización: también promovieron
selectivamente la crisis, manipularon noticias, legitimaron masacres.
Veamos un hecho más cercano. En la reciente disputa de
calle en el marco del día de la democracia, la cobertura informativa reafirmó sus
nichos retorcidos, empezando por la denominación de los movilizados. Las
etiquetas cuentan. Los de un lado son ciudadanos, activistas, sectores; los del
otro, en tanto, “grupos de choque” (sic), “afines al MAS”, “gente pagada”. Hay
no solo posicionamiento político, sino también prejuicios, carga racial, odios
viejos.
No sorprende pues la Resolución del Pacto de Unidad (que
agrupa a las cinco organizaciones matrices que sostienen “el Instrumento
Político”), en la que, entre otros puntos, rechazan “el papel nefasto de los
medios de comunicación alineados y de propiedad de la derecha y la oligarquía
neoliberal”. Y los asocian con mentiras y afanes desestabilizadores. La
retórica es beligerante. E inaceptable. Pero así percibe una parte de la
sociedad a los medios. Debiera preocuparnos.
¿Qué hacer? El mismo Pacto de Unidad exige la
distribución equitativa de la publicidad estatal y avanzar en una ley de
comunicación. El primer punto es necesario y encomiable. Tengo reparos sobre el
segundo. Dudo que la solución sustantiva a la actual degradación del campo
mediático pase por una ley. El desafío no es controlar o sancionar a los
operadores mediáticos, sino democratizar la comunicación. Se dice fácil. No lo
hemos logrado en casi cuatro décadas de democracia.
El debate sobre los derechos a la comunicación e
información es de larga data. No es un terreno de anomia. Existen leyes, entre
el riesgo de la regulación y la coartada de la autorregulación. Los medios
digitales multiplican la complejidad. Urge más deliberación (menos verdades) y
autocrítica (menos ombligo) en el gremio periodístico y sus organizaciones.
FadoCracia hipocrática
1. Algunos miembros de la Iglesia Católica tienen afición
por los niños. Y los violan. Otros se preocupan también por las niñas. Niñas
violadas. “El amor siempre vence”. 2. Si una de esas niñas, digamos de 11 años,
es embarazada por un violador, opera el milagro: de víctima se transforma en
ni-ña-ma-má. Aleluya. 3. A los antiderechos, camuflados de “provida”, les
importa un carajo la vida de la menor. Quieren hacerla parir. La cri-a-tu-ri-ta
será su trofeo. 4. El operativo es sencillo. Y funciona. Filtran la decisión de
interrupción legal del embarazo; los medios-canalla agitan el “debate”; no
falta el médico hipócrita/hipocrático; los jerarcas con y sin sotana
intervienen en la nocturnidad, prometen, amedrentan; la menor es secuestrada en
un albergue hasta que sea madre. 5. El embarazo forzado es un acto de tortura,
advierte la ONU. 6. ¿Y el Estado laico? Excepto por la Defensoría del Pueblo,
más parece un Estado flácido. 7. Si su “Dios de la vida”, prelados, permite esa
tortura, no lo quiero: “tutor de los perdones / distribuidor de penas / condona
las condenas / condena los condones”. No gracias.