Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 24 de octubre de 2021
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Autonomía Indígena
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En esta tercera y última entrega sobre las marchas de los pueblos indígenas de tierras bajas resta un último tema por analizar: el reconocimiento de esta poderosa democracia indígena a partir de su inclusión en la Asamblea Legislativa boliviana en 2009. El cierre imprescindible a la reflexión realizada en los dos artículos previos requiere una mirada política: ¿cómo funciona la democracia boliviana hoy en día teniendo en cuenta que en la Constitución Política del Estado de 2009 se reconoció este advenimiento democrático indígena?
Desde nuestra perspectiva, la presencia de nuevos asambleístas indígenas enriqueció la sólida marcha democrática de la historia de Bolivia. Fue la culminación de un fantástico avance democrático que hoy está en retroceso, situándonos en un momento histórico de asentamiento de una democracia censitaria de mayoría. Retrocedimos en el tiempo fagocitando a las democracias asentadas a lo largo de más siete décadas y retornando, de modo sugerente, a la Bolivia pre-52.
¿Cómo puede ser eso? Vale la pena conocer los seis goles que tuvieron lugar en el país a lo largo de por lo menos siete décadas y los respectivos autogoles que tuvieron lugar desde 2010.
Primer gol: vivimos una era conocida en palabras de Alcides Arguedas como la fase del “caudillismo bárbaro”. Militares caprichosos, volubles y codiciosos gobernaron este país de 1825 a 1880. No hay duda que esta sentencia simplifica una realidad plagada de matices que no podemos visualizar. De la tesis general del paso de esta era caudillista, caótica y violenta, a una era de democracia censitaria de 1880 a 1952. Los partidos políticos coparon el escenario político y se hicieron del poder, rotando por un periodo de 72 años.
Los conservadores “cedieron” el control político a los liberales, éstos hicieron lo propio con los republicanos y republicanos genuinos y éstos con los movimientistas, poristas y piristas. Esta condición aristócrata de la política boliviana fue, a pesar del elitismo dominante, un sólido avance político. El orden logrado, gracias a la alternancia política impuesta, marcó el inicio de un nuevo momento en nuestra historia, aquel de la democracia censitaria de las minorías.
Segundo gol: la Revolución del 52 fue un hecho fundamental en la historia de Bolivia. Posibilitó instaurar el co-gobierno como seña política dominante. El gobierno y la COB como los actores dominantes de la historia de este país conformaron una alianza inédita y fascinante. Es cierto que este lazo no fue permanente ni estuvo exento de roces como lo demuestra el gobierno de Hernán Siles Suazo en 1956, centrado en establecer una plena autonomía estatal.
Asimismo, este momento revolucionario vivió su deceso en 1964 ante el inicio de un longevo momento contra-revolucionario que duró hasta 1982, tenuemente refrenado por las grietas abiertas por el gobierno de Juan José Torres de octubre de 1970 a agosto de 1971 y los gobiernos civiles de Walter Guevara y Lidia Gueiler de 1979 a 1980. En todo caso, la democracia censitaria se hizo una democracia de masas. El voto universal fue una de las conquistas más remarcables de la Revolución del 52, posibilitando transitar a una nueva era política en el país: aquella de la democracia del sufragio.
Tercer gol: la democracia representativa tuvo lugar desde 1982. No fue simple: se vivió un periodo dominado por la presencia de taxi-partidos (aquellos partidos que cabían en un automóvil), siglas altisonantes y/o embriones partidarios de 1978 a 1982. Este arranque caótico pero prometedor surtió efecto, dando pie a la construcción de un sistema de partidos políticos inobjetablemente sólido: aquel conformado por el MNR, ADN, y el MIR, posteriormente fortalecido con la incorporación de los partidos del compadre Palenque y empresario cervecero Max Fernández, Condepa y UCS. Consolidaron un modelo de alternancia política basado en el establecimiento de pactos políticos. Aquella fue la era de la democracia pactada.
Cuarto gol: este gol ruraliza la política y sitúa a la historia de Bolivia en un cuarto momento: aquel de la Participación Popular, arribando a confines municipales otrora considerados meros espacios territoriales vacíos. No sólo tuvimos un régimen democrático como resultado de las luchas anti-dictatoriales de finales de los 70. Tuvimos una democracia que se multiplicó en áreas urbanas y rurales creando un conjunto de gobiernos municipales que hoy 2021 superan los 350.
Este avance fue una verdadera revolución administrativa, fiscal y política. Se crearon normas para el funcionamiento de estos nuevos entes políticos, se distribuyeron recursos y se eligieron autoridades en todo el país. Fue el asentamiento de una democracia local de alcance rural.
Quinto gol: en 2004 el presidente Carlos Mesa promulgó una nueva Constitución, cuyo sello de incremento democratizador fue la realización de referendos/plebiscitos. Fue un nuevo momento de ampliación democrática en la historia del país que introdujo lo que se denomina la “democracia directa”.
Un primer referéndum tuvo lugar el 18 de julio de 2004 con la finalidad de decidir el uso que le daríamos a nuestro gas. ¿Cuál era la disyuntiva en juego? Sin entrar en mayor detalle, conviene recordar el asunto más decisivo de esa consulta ciudadana: la posible nacionalización del gas. Asimismo, el referéndum de 2009 puso en marcha la decisión sobre el destino de la Constitución proveniente de la Asamblea Constituyente. El resultado a favor de esta nueva Carta Magna fue de 61,43% frente al 38,57%.
Finalmente, en febrero de 2016 se realizó un nuevo referéndum para decidir la posibilidad de volver a elegir a Evo Morales como presidente de Bolivia en una dinámica reeleccionista que no contemplaba la Constitución. ¿Qué significó este conjunto de referendos? La solidificación de la democracia plebiscitaria.
Sexto gol: este es el momento más esperanzador de nuestra historia: los indígenas de tierras bajas y de grupos étnicos minoritarios tendrían por primera vez la posibilidad de elegir a sus propias autoridades. El debate sobre este derecho llevó a proponer diversas variantes numéricas para conformar el congreso: 36 indígenas elegidos en urnas, 25 como una opción derivada, 14 como la siguiente opción en juego hasta arribar al número menor de 7 diputaciones indígenas. No hay duda alguna que la cifra es reducida. Sin embargo, el impacto histórico fue enorme: indígenas destinados a desaparecer bajo una lógica de etnocidio silencioso y gradual, entraban al ruedo electoral.
Se visibilizaban. Aparecían en lo que fue el sexto gol histórico de Bolivia: la constitución de una democracia indígena que se complementaba con la presencia desde 1993 de diputados uninominales. Aquella ya fue una vigorosa ruralización de la política que tuvo su rúbrica en esta nueva Constitución de 2009.
¿Qué sucedió? En 2010, con Evo Morales de presidente de Bolivia, se inició el ciclo en reverso.
Primer autogol: los indígenas de tierras bajas ganaron un espacio institucional –las diputaciones– pero a costa de verse enmarañados del clientelismo gubernamental que silenció a sus voces más representativas. Quede como recuerdo la huelga de hambre que iniciaron seis diputados indígenas en 2010 reclamando una presencia más significativa en la Asamblea Legislativa de 37 diputados. Se afirmaba que, de estos curules, 18 serían para los indígenas del oriente y 19 para los indígenas de occidente.
Asimismo, el Conamaq amenazó con cercar La Paz si no se daba curso a sus demandas. ¿Qué sucedió? Se aplastaron estas demandas y se arrinconó a sus líderes: “siguen exigiendo, se van”, fue la máxima oficialista esgrimida. Asimismo, en 2013 se sancionó la Ley de Protección a Pueblos Indígenas Originarios, con la finalidad de proteger a estos cultores del pluralismo étnico constitucional.
¿Qué sucedió? Jamás se aprobó el decreto reglamentario y la ley quedó como una bien intencionada pero inefectiva norma que deja como saldo un riesgo de extinción de al menos 16 pueblos indígenas. La democracia indígena perdió peso.
Segundo autogol: los cultores de la democracia directa que festejaron los tres referendos realizados tuvieron que hacer un alto a su satisfacción con su destacado avance democrático: los plebiscitos. ¿Qué sucedió? Evo Morales perdió el referéndum de febrero de 2016 que buscaba perpetuarlo en el cargo autorizando su cuarta postulación. ¿Qué sucedió? Perdió con el 51,3% de los votos en contra del 48,7% a favor suyo. No se quedó satisfecho a pesar de su declaración previa al evento electoral mencionado: “si pierdo, me voy”. No quiso cumplir su promesa y se dedicó en 2017 y 2018 a someter al Tribunal Constitucional y al Tribunal Electoral, respectivamente, para que fallaran a favor de él.
Tercer autogol: la democracia autonómica no existe. Fue brutalmente cooptada por el poder político de 2006 en adelante. ¿Cómo se lo logró? La cantidad de recursos públicos descentralizados en 2005 marcaba una cifra de empate fiscal histórico: 51% se transfería al gobierno central y 49% a los gobiernos autonómicos. Este fue un momento sensacional de democratización fiscal como jamás había ocurrido en nuestra historia.
Sin embargo, ya en 2014 la inversión se concentró el gobierno central en un 81% frente al 19% en los gobiernos autonómicos. ¿Es lo único? Fundación Jubileo señala que sólo el Ministerio de la Presidencia contaba en 2018 con un presupuesto de 3.094 millones de dólares, mientras los nueve gobiernos departamentales tenían 2.149 millones de dólares, es decir, ¡casi mil millones menos de dinero que un solo ministerio!
Es útil la cifra que ofrece el economista Julio Linares para dar cuenta de esta inequitativa distribución anti-autonómica: “entre 2011 y 2017, las empresas estatales ejecutaron 75.500 millones de dólares, cifra que representa alrededor del 35% del Presupuesto General del Estado (…) los montos entregados a 30 empresas son 7 veces mayores que los que se entregan a 348 municipios y 9 gobernaciones”. La democracia descentralizada fue abusivamente restringida.
Cuarto autogol: la democracia multipartidaria ya no existe. Existe un partido monolítico que impide el surgimiento de liderazgos alternativos. Es fundamental recordar que el MAS y su líder máximo, Evo Morales, jugaron al doble rasero propio de los autoritarismos de nuevo cuño: demócratas mientras triunfan, autoritarios al ser vencidos.
¿Sucedió aquello? No hay duda: de 2006 a 2015 los candidatos rivales de la oposición –Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina– participaron conscientes de “ir avanzando”, vale decir, sabedores de su derrota.
Sin embargo, no sucedió lo propio en 2019 al enfrentar a un candidato, Carlos Mesa, con la inobjetable posibilidad de coronarse presidente en la segunda vuelta electoral a despecho del MAS y Evo Morales. ¿Qué fue lo que atestiguamos? Un vergonzoso y cobarde fraude electoral.
La democracia multipartidaria duró en tanto el riesgo de perder electoralmente no existía. Y ello, valga añadir, con la gigantesca ventaja de partida que fijó una competencia electoral desigual. Sólo el Ministerio de Comunicación manejó un presupuesto cercano a los 150 millones de dólares y la oposición no alcanzó conjuntamente siquiera los 10 millones. La democracia representativa se hizo menos democrática.
Quinto autogol: la democracia sindical propia de la Revolución del 52 jamás logró reconformarse. No se tuvo el cogobierno de antaño y los émulos de la COB de entonces como Conalcam o el Pacto de Unidad jamás funcionaron como entes de reivindicación comunitaria uniforme y compacta. El Pacto de Unidad, tan fervorosamente reconocido como el brazo social comunitario indígena y campesino, dio la espalda a sus organizaciones propiamente indígenas como la Cidob o Conamaq una vez aprobada la nueva Constitución y, sobre todo, una vez que el MAS venció en las elecciones presidenciales de 2009 obteniendo los 2/3 anhelados en el congreso. Su aplastante mayoría hizo inútil el apoyo de todas las organizaciones del mentado Pacto.
La Conalcam fungió como el brazo operativo-ornamental del MAS para legitimar sus políticas sin fuerza para disentir y, a decir verdad, sin ánimo de hacerlo ante el riesgo de perder las prerrogativas clientelares en curso. ¿Qué significa todo ello? El gobierno del MAS retrocedía a un tiempo lejano y “oscuro”: aquel de la democracia censitaria de mayoría.
Sexto autogol: habiéndose fagocitado la democracia indígena, la democracia plebiscitaria, la democracia autonómica/municipal, la democracia representativa y la democracia sindical, retornamos a un tiempo lejano: aquel anterior a la Revolución del 52. La propaganda oficialista repleta de ponderaciones a la democracia electoral, no se puso a reflexionar sobre esta democracia numérica. Gritaron con supina arrogancia que “el 55% les da todo el derecho a decidir lo que se debe hacer y el resto del país se debe sumar a esta victoria”.
¿Quién sostenía esta tesis? El mismísimo presidente Arce, convencido de que este número –el 55% – ofrecía el derecho a hacer lo que se les antojaba. ¿Cierto? No, grueso error. Sin percatarse de su cuantitativa falla, olvidaron que el 45% de la población boliviana no los apoyó. ¿Eso es mucho? Muchísimo: 3 millones y 300 mil habitantes que apoyaron al MAS frente a 2 millones y 700 mil habitantes que no lo hicieron. ¿Se puede desconocer a semejante caudal demográfico-electoral que bien podría significar una rivalidad demográfica no-electoral de 6.500.000 bolivianos del MAS frente a 5.500.000 bolivianos no alineados a ese partido? No, no se puede, a no ser que se comprenda la existencia del sistema político como el de una democracia mayoritaria censitaria.
¿Puede haber un régimen de este tipo? Claro que sí, siempre y cuando no retrocedamos más y el caudillismo bárbaro acabe por poseer el ego impiadoso de Evo Morales ya rondando afanoso por la Bolivia post-republicana de 1825.