Medio: La Razón
Fecha de la publicación: sábado 23 de octubre de 2021
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Oficialistas y
opositores se atribuyen pírricas victorias en un conflicto cada día más confuso
y poco relevante para las mayorías. Mientras tanto, el tole tole ha ratificado
únicamente la enorme dificultad del Estado boliviano para realizar reformas
modernizadoras. Los verdaderos vencedores son nuevamente las corporaciones y
los intereses particulares reacios al cambio.
Ya pasó algo
parecido en el conflicto sobre las reformas al Código Penal. Hoy es el turno de
las regulaciones contra la legitimación de ganancias ilícitas, con el agravante
que los intereses auténticamente en riesgo tienen que ver con la informalidad,
el contrabando o el narcotráfico. Es decir, detrás de la agitación contra el
supuesto “autoritarismo” del Gobierno se esconde también el interés de varios
de continuar aprovechando las lagunas del sistema financiero. En río político
revuelto, ganancia de pe(s)cadores, ilícitos, por cierto, parafraseando un
conocido dicho.
El episodio
evidencia la hipocresía de algunos políticos, opinadores y entidades, que andan
rasgándose las vestiduras contra la informalidad y los desarreglos de un
país dizque “sin institucionalidad”, pero que, a la hora de la
verdad, reculan o no dudan en oponerse, por razones varias, cuando se actúa
institucionalmente, valga la redundancia, sobre el nervio de esos fenómenos que
es la plata.
Pero lo más
relevante del episodio es que refleja la creciente dificultad de la política
para impulsar transformaciones necesarias para el bien común pero que
indefectiblemente, para lograrlo, deben afectar los beneficios de algún grupo
de poder o sector social.
Seamos sinceros:
muchos cambios y políticas no siempre pueden beneficiar a todos, eso es una
mentira piadosa, a veces redistribuyen el poder o afectan a unos pocos en
beneficio de la colectividad. Desde esa perspectiva, las resistencias a las
normas sobre control de ganancias ilícitas no deberían sorprendernos, hay
poderosos intereses en juego, sobre todo en una sociedad en la cual casi la
mitad de sus actividades económicas son informales.
Sorprende, eso sí,
la ingenuidad y/o inoperancia del Gobierno y otros actores políticos que han
subestimado la complejidad de la cuestión o que se hacen a los tontos sobre a
quien finalmente benefician con la demolición entusiasta de esas regulaciones.
Por eso la polarización se ha convertido en un cáncer para nuestro futuro, no
solo porque satisface nuestros más bajos instintos, sino debido a que erosiona
nuestra capacidad como sociedad para tomar decisiones vitales pero difíciles.
Debilitamiento que no impactará solo en el actual Gobierno, sino en todos los
que vengan por detrás. Las corporaciones están ganando poder y punto.
El Gobierno quizás
saldrá apaleado de la coyuntura, algún insensato en el otro lado se declarará
el pírrico vencedor, pero el saldo real es que habremos dado una señal
contundente de que el país no quiere o no puede controlar las transacciones
económicas irregulares, lo cual incluso podría llevar a un encarecimiento de
los servicios financieros internacionales en el mediano plazo.
Este desarreglo
debería preocupar a toda la clase política, empezando por el oficialismo. En
particular, sobre la necesidad de construir un clima mínimo de diálogo entre
las fuerzas sociales y políticas, no por razones de estética o moral, sino
porque a este ritmo tomar cualquier decisión pública puede acabar en la
patética y estéril batalla de mentiras, manipulaciones y contrainformación que
estamos viendo estos días.
Salvo en ciertas
coyunturas excepcionales en las que el Gobierno acumula un nivel de legitimidad
enorme, como la que disfrutó el MAS entre 2009 y 2015, la viabilidad para
cualquier reforma implica algún grado de cooperación entre los actores
políticos y algún consenso sobre ciertos principios y pautas comunes de
actuación. Sin eso, será casi imposible doblegar a las corporaciones y grupos
que defenderán a muerte el statu quo que les favorece.
Si eso no se logra,
el riesgo no es tanto que la esperpéntica polarización nos lleve a una nueva
crisis política, está visto que eso no es muy viable, sino que bloquee
durablemente la urgente acción del Estado para resolver montones de problemas
vitales para la vida y el bienestar cotidianos de las y los bolivianos.