Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 04 de julio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Todos los gobiernos del mundo sufren desgastes. Es lo natural. Especialmente después de 12 años de mando salpicados de corrupción y despilfarro, ello tiende a ser más y más notorio. Además, desgaste del discurso, de los mismos cansados argumentos y comparaciones, y fatiga por lo tanto, de las preferencias electorales.
Pero los jerarcas del gobierno no han perdido la arrogancia, a pesar de que las cosas han cambiado y de que gozan de cada vez menos preferencias de las grandes mayorías. Lejos de ello, han subido la vara de la altanería y la estridencia.
Se les debe conceder el beneficio de la duda a los actuales detentadores del poder de que realmente crean que todavía están en 2005 o 2009. Y uno de los principales motivos que los induce a creer que todo está bien y como siempre, es que se mueven dentro de entornos favorables y seguros.
Pasan de una burbuja a otra. Piénsese en el día típico del Presidente: se levanta al alba, transcurre por calles desiertas —o en uno de sus helicópteros o aviones— y es transportado en medio de una excesiva “cápsula de seguridad” a inaugurar varias obras a lo largo y ancho del país, ante aglomeraciones agradecidas o cautivas (en el buen sentido). Eventos cuidadosamente diseñados para no generarle disgustos. Audiencias tan bien escogidas, que el Vicepresidente les puede hablar como a niñitos sin que se ofendan o perciban su repudiable paternalismo. Y luego, de regreso al Palacio (el viejo o el nuevo), el entorno más protegido de todos. Voces amigables, tonos cálidos, palmaditas, miradas sumisas.
Debe ser un shock, por lo tanto, haber empezado a toparse con activistas, aquí y allá, muchos o pocos, pero cada vez más en número y frecuencia, que los cuestionan y les reclaman el respeto a la democracia.
En los palacios, los adláteres todavía no deben tener demasiados problemas para persuadirlos de que todo está bien y en su lugar, que nada ha cambiado. Que, lo que esté mal, se puede arreglar. Su problema adicional será que ahora, desde un nuevo, confortable y lejano piso 28, todo parecerá estar mejor que nunca. Pero sólo parecerá.
Entretanto, se intensifican los insultos y las descalificaciones a opositores, a colectivos ciudadanos y todo aquel que no comulgue con el proceso de cambio o no esté alineado al cien por ciento. Sólo creen posible que son pagados o militantes de “alguien”. No creen o no quieren creer que ser ciudadano es tener conciencia propia. Quien ignore ese hecho lo hará por su propia cuenta y riesgo.
O a lo mejor quizás se trate de que los jerarcas se están poniendo, en el fondo, más nerviosos.