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Medio: El Diario
Fecha de la publicación: domingo 12 de septiembre de 2021
Categoría: Consulta previa
Subcategoría: Concesiones mineras, construcción de carreteras, exploración hidrocarburífera, proyectos de desarrollo, otros
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Hace diez años la imagen de Evo Morales y del gobierno del Movimiento al Socialismo gozaban de respeto dentro y fuera de Bolivia. La presidencia de un descendiente de indígenas originarios de América Latina, el discurso sobre los derechos de los pueblos, la preocupación por los pobres, la mirada hacia la Madre Tierra Pachamama, la postura contra los imperios… todo parecía políticamente correcto.
La victoria en el Referendo Revocatorio había consolidado la simpatía electoral por Evo; en algunos espacios territoriales con adhesión completa, casi mesiánica. Incluso la superación sangrienta de la crisis de 2008 y la admisión de Evo de ser responsable de ello no habían afectado su fama mundial.
Los que desenmascararon la mayor impostura en la historia de Bolivia fueron los nativos de alpargata y sombrero de paja, las mujeres de tipoy y niños en brazos, los músicos de tamboril y tontochi, los dirigentes de pantalones blancos gastados en la pesca y el andar, los balseros de las cachuelas, las abuelas que duermen en hamacas, los cuidadores descalzos del bosque tupido, las madres adolescentes que cantan con los manantiales.
Los siempre postergados, los “hace lo todo”, los guerreros desarmados, los amigos de la naturaleza, los más pobres entre los pobres bolivianos le dijeron al mundo que todo era una farsa inconmensurable. Que el que los gobernaba no hablaba ni un idioma originario ni tenía alma de indígena; que no era campesino ni amaba la tierra que preña la semilla; que no bebía del agua clara del arroyo ni leche de la vaquilla; que no recorría los senderos líquidos ni nombraba los pájaros; ni apreciaba las parabas ni respetaba las pirañas; ni conocía las redes sobre el espejo luminoso del río bravío ni jamás protegió una peta embarazada; ni supo cómo vivían los serenos de la floresta ni sus comidas.
La marcha por la defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure –dos décadas después de la Marcha por el Territorio y la Dignidad de los pobladores bolivianos de tierras bajas en el norte y oriente boliviano– develó el tenebroso futuro que espera a la nación. La construcción de una carretera para partir el Tipnis era sólo el inicio de un accionar premeditado y alevoso para sacar a los originarios de su hábitat, aprovechar nuevas zonas de cultivo de coca, incendiar los árboles, quemar los animales, pisar las serpientes, arrancar los nidos, contaminar el agua, alejar las nubes, colmar las tierras quemadas con citadinos. ¿Cómo compite un oso hormiguero con un kilo de cocaína?
Los marchistas fueron reprimidos con maldad. Dirigentes del MAS los llamaron salvajes; los ministros los acusaron de subversivos; las voceras los culparon de entrometidos. Usaron a civiles armados de chicotes y de insultos para detenerlos en el camino. Les quitaron los hijos de sus brazos, los apalearon, los tiraron en camionetas casi desvanecidos, las llenaron la boca con plásticos engomados, las metieron en buses con sus chicos llorando.
Nadie fue juzgado. Todos los de la trampa fueron premiados.
El pueblo paceño recibió a los marchistas con aplausos, gelatinas, refrescos, llantos. Jóvenes se dieron cuenta que habían sido burlados; así no se defiende ni la Tierra, ni el Agua ni la Naturaleza. Se alejaron del MAS para no volver.
El Tipnis mostró el uso de las mentiras, de las estrategias envolventes, de las contramarchas organizadas con empleados pagados, de los titulares de prensa prefabricados en palacios. Las organizaciones indígenas quedaron divididas, desalentadas; el cemento ganó a la selva. El TIPNIS fue el inicio del fin de aquello que empezó como utopía y terminó quemando las banderas del amanecer.