Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 26 de octubre de 2019
Categoría: Institucional
Subcategoría: Tribunal Supremo Electoral (TSE)
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La trama de esta columna me llegó como una epifanía porque
los palcos en la discusión pública están atestados, ni qué decir en las redes.
Un palco va colmado por los que bailan o callan para solazar o, siquiera, para
no agriar al jefazo; el otro, por titanes cuya gloria quedará en fotos para la
historia. Y puesto que por el heroísmo compiten tantos, mi consuelo fue
escribir desde una silla, pero propia, en días en los que abundan la gasolina y
las mechas.
Empiezo por el principal responsable. El MAS, que adolece de
al menos dos limitaciones, más graves que la conjura marciana para dar un golpe
o para acabar con la épica evista de spots de Tv. La primera de esas
limitaciones, confundir la política con el control del Estado, al grado de la
adicción. El MAS como un junkie del Estado.
Como un discapacitado, el MAS ya no hace política sin pie de
gato estatal. Que ésa sea la tradición cubana -van en ese tren 60 años-, vaya y
pase, pero en el trizado tablero local siempre hace falta para la política algo
más que la camaradería de pegas, fiscales, beneficiarios, militares y
burócratas. Evo estima que no hay vida después del Estado; receta antigua para
perderlo.
El segundo problema es ese hábito que un gastronómico llamaría
“consumir sin pagar”. El MAS se resiste a saldar el precio de sus actos. Por
ejemplo, solito, sin ayuda, eligió un Tribunal Electoral (TSE) con mayoría de
obedientes o ineptos. Luego intimó a los más acreditados a saltar del barco o
rubricar la candidatura de Evo. A Costas lo sujetaron a la mayoría interna
hasta el domingo. Antes, el MAS se valió de jueces para sortear el fastidio del
referendo en contra.
No fue el complot de la OEA, el aparato galáctico “de la
derecha” o las cadenas hoteleras de Trump, sino ese TSE el que deslegitimó la
elección, al suspender el cómputo preliminar. El que provocó esa suspensión es
un idiota, aunque posea butaca en el palco oficial.
La sucesión perpetua de trucos desde las instituciones del
Estado culmina así: los evistas creen en el resultado, los contrarios no. El
quid de una elección es que el perdedor la acate, sobre todo si el derrotado es
masivo. En el palco oficial ahora se rebanan el seso por las rudas opciones que
derivarán de unos comicios perforados. Resistirse a pagar el precio se
traducirá igual en la necesidad renovada de la fuerza. Y en un futuro revuelto
o inviable, después de un camino de calamina.
Mientras, la ira del votante opositor es tal que quien no la
amplifique se arriesga a ser lapidado in situ. El “voto útil” de Mesa terminó
por construirle un significativo espacio. No obstante, ni Mesa imagina cómo
gobernaría si el MAS, en una movida no de boy scouts sino de Belcebú, se
privara de la morfina estatal y le entregara las llaves del Estado, después de
una segunda vuelta que, tal parece, no será. El empute le hará espinosa la pega
a Evo, pero hoy la fuerza de Mesa alcanzaría para gobierno de transición. La
oposición política precisa trascender ese aire de foto de primos de clase
media.
Por otra parte, hasta el jueves la oposición se prodigó en
lirismos para la tribuna por la defensa del voto, pero no esculpió un objetivo
concreto para la movilización callejera. Un ojo zahorí anotaría que en las
arengas Mesa protestó por el “fraude escandaloso”, pero en su carta a la OEA
(con la carne en el asador) la tesis fue más recatada: “el ciudadano percibe
una maniobra de fraude, para evitar la realización de la segunda vuelta…”.
En los desafíos, Evo, único boliviano autorizado a decir lo
que se le ocurra sin riesgos, fue prolífico en improperios y amenazas veladas,
práctica segura con el poder detrás. En cambio, los opositores pestañearon,
cobijados por si acaso en el pacifismo, doctrina que también abrazó el
presidente del Comité Cívico cruceño.
Fuera de eso, si arbitrariamente y por puro ocio sumamos el
voto del MAS al del MTS de Patzi, llegamos a un número tétricamente similar al
de agregar CC, BDN y el PDC de Chi. Gobernar un país de trozos así en pugna es
como la alquimia, pero sin alquimistas.