Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 01 de agosto de 2021
Categoría: Legislación electoral
Subcategoría: Leyes nacionales y decretos reglamentarios
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La Ley de Organizaciones Políticas aprobada en
2018 establece, en su disposición transitoria tercera, el plazo del 31
diciembre de 2021 para que todas las organizaciones políticas adecúen sus
estatutos a la nueva norma. De hecho, el Órgano Electoral hace poco emitió un
instructivo urgente en el que plantea una larga lista de requisitos
obligatorios para que las organizaciones políticas adecúen sus estatutos, en
aspectos como: principios de la democracia intercultural y paritaria; régimen
interno de despatriarcalización; una instancia que resuelva sus problemas
internos; y, actualizar el registro de su militancia.
Este plazo, que parecía remoto, está a la
vuelta de la esquina. Al respecto, algunas interrogantes que surgen son: ¿Será
que las organizaciones políticas cumplan con la exigida institucionalización?
¿Será que esto pueda resultar imposible y algunos partidos y agrupaciones
terminen siendo expulsados del sistema? ¿Recibirán sanciones? ¿Seguiremos insistiendo
en una dinámica forzada que desde hace más de 20 años no ha favorecido a su
renovación y reinvención?
Las preguntas formuladas nos vienen a la mente
porque la evidencia muestra que, al menos hasta ahora, las organizaciones
políticas han jugado un rol absolutamente reducido a la competencia electoral
y, si son favorecidos con el voto, al ejercicio circunstancial de funciones
públicas.
La reciente crisis política de 2019- 2020 ha
puesto al descubierto una vez más las grandes debilidades del sistema de
partidos boliviano, esta vez en dos dimensiones específicas: en el caso de los
opositores al MAS, a través del cuestionamiento ciudadano a los partidos como
interlocutorés válidos para la política, y la opción por la acción directa en
las calles. En el caso del MAS, por la interpelación desde sus propias bases a
la forma de conducción política de dicha organización. Por otra parte, con
excepción del MAS, los resultados electorales de 2020 y 2021 también son una
muestra de la volatilidad de las organizaciones políticas, que actúan
sostenidas sobre acuerdos pragmáticos para acceder al poder y, al mismo tiempo,
la respuesta electoral fue igualmente cambiante.
Creemos que la alternativa para recuperar la
confianza e interés en estas entidades imprescindibles para el funcionamiento
de la democracia, es adecuar este instrumento normativo a una realidad que
exige otras formas de operar de la política. Para comenzar, en lugar de
insistir en el sometimiento a preceptos normativos del “deber ser” de una
organización, la ley tiene que convertirse en un instrumento útil, abierto a
posibilidades organizativas flexibles y más representativas de la diversidad y
heterogenidad social. En otras palabras, una ley acartonada que pretende
homogenizar a las organizaciones políticas y subyugarlas mediante reglas y
sanciones ejercidas por el OEP no parece resultar útil para repensar la
política y darle nuevas oportunidades a la representación de cara a lo que se
nos viene en 2025 y 2026 en nuestro calendario de procesos electorales.
El siglo XXI ha traído cambios en la
sociabilidad e interacción ciudadana que se sobreponen a las históricas
fracturas sociales estructurales no resueltas. Una realidad que ha precipitado
la confrontación y la polarización requiere con urgencia ser representada en el
ámbito dialogal de la política y acercar las instituciones a la sociedad. En la
historia reciente se han incorporado varias reformas en ese sentido, por
ejemplo, la creación de diputados uninominales, la ruptura del monopolio
partidario, y la inclusión de un sistema representativo “demodiverso” en la
nueva CPE, pensados como respuesta a las debilidades largamente experimentadas
por los viejos partidos políticos. La nueva ley (LOP), más allá de algunas
innovaciones y medidas que respondieron sobre todo a urgencias políticas,
continúa atrapada en la misma lógica de la anterior, limitando el horizonte
trazado en la CPE.
Quizá es más urgente, entonces, que desde el
OEP se plantee de manera inmediata una agenda de Reforma de la Ley de
Organizaciones Políticas como punto de partida para eliminar la excesiva
regulación que se evidencia; y, como segundo paso, empezar a repensar los
mecanismos de representación política estrictamente formales anidados en las
distintas organizaciones políticas, para combinarlos con el multiverso de
formas de representación informal basadas en el componente organizacional que
tenemos los bolivianos, en el sentido amplio de la palabra.
Esta apertura de la agenda a reformas
normativas abriría la posibilidad de trabajar en la recuperación de la
confianza institucional en el Órgano Electoral Plurinacional, luego de su
crítica actuación durante el proceso electoral de 2019; por esto mismo, está
claro que las tareas cruciales deben llevarse adelante en tiempos en los que no
hay procesos electorales cerca, por tanto, de inmediato. Por eso es preciso que
el OEP asuma la iniciativa, que será beneficiosa para todos, de dejar a un lado
el papel del estricto vigilante de la norma, y pase a ser la entidad que
plantee mejorar la Ley de Organizaciones Políticas, que fue vista en su momento
como un mecanismo funcional a determinados intereses, una suerte de cáculo
político. Como ejemplo de aquello basta con recordar el extraño momento de
elecciones primarias llevadas a cabo a inicios de 2019.
Lógicamente, la ruta de la eliminación de la
excesiva regulación normativa sobre las organizaciones políticas debe tener sus
mínimos; éstos pueden encontrarse con absoluta claridad en la Constitución
Política del Estado y basta con partir de su cumplimiento; a partir de ahí no
se trata de incrementar la cantidad de requisitos y complicar los
procedimientos, sino de ir construyendo de a poco un edificio flexible que se
adapte a la realidad democrática boliviana en los marcos de la
institucionalidad, en el que los bolivianos sintamos que hay una ventana de
oportunidad e incentivo para participar, militar y formar parte activa de
cualquier organización política.