Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: lunes 24 de mayo de 2021
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Una de las características de un partido político –además de
su inclinación ideológica y su estructura– es la conducta de sus dirigentes y
militantes, tanto si están en la oposición, o ejerciendo el poder público. Esto
tiene que ver con la decencia y el apego a la verdad. Personeros del gobierno
boliviano actual dicen, todos los días, algo contradictorio o disparatado. Esto
no se refiere al debate en el que se exponen ideologías y programas, que debe
ser lo que prevalezca para encontrar fórmulas que mejor se adecuen al país para
su progreso, y exponerlas a la ciudadanía.
Donde se ha estudiado con mayor extensión el comportamiento
de los partidos, según el profesor de ciencia política de la Universidad de San
Diego, California, Kaare Strom (Una teoría sobre el comportamiento de los
partidos políticos competitivos), ha sido en los países europeos, aunque
también allí hubo ejemplos de conductas deplorables.
En Bolivia, que se debate entre el caos y la esperanza de
mejores días, lo que sucede es patético. No solamente se trata de decisiones
desacertadas por motivos puramente particulares, sino también por una especie
de bicefalia en el Ejecutivo: uno es presidente, el otro jefe del partido
oficial, juntos o separados incurren con frecuencia en la deformación de los
hechos, acusan sin fundamento a ciudadanos, usando discrecionalmente a la dócil
administración de justicia. Mentir deliberadamente es lo más notorio en estos
días, así como insultar a colectividades, aun en asuntos de gran sensibilidad
ciudadana como la pandemia que avanza incontenible. Y se tiene un vocero
gubernamental que, cada día, dice algo contradictorio.
El presidente Luis Arce Catacora, en una visita a la ciudad
de Tarija, afirmó en forma no solo insultante, sino discriminatoria, lo
siguiente: “Hemos enviado vacunas para el pueblo, no para la oligarquía
tarijeña”. Por supuesto que no se sabe quiénes conforman esa pretendida
oligarquía denostada por Arce.
El jefe del Movimiento al Socialismo (MAS), mostrando su
gran frustración por la contundente pérdida electoral de su partido en las más
importantes ciudades de la República, Santa Cruz, La Paz y Cochabamba, afirmó
en una reunión de juventudes del MAS, en Oruro el pasado 16 de mayo, que en el
oriente boliviano “son pandilleros”. Esto ya es una injuria inadmisible, no
solo a un departamento, sino a todos los que viven en esa extensa región
boliviana.
Una reflexión necesaria: “…el poder, al penetrar la
dimensión ética, introduce en ella la más grande distorsión, ya que el discurso
de la ética se convierte en una mera forma de justificación del poder. Esto es
lo que hace que la constante tensión entre ética y política nunca tenga un modo
único o, incluso, satisfactorio de resolución”. (María de los Ángeles
Yannuzzi).
Esa distorsión y el insulto se repiten en Bolivia. Los
oficialistas incurren en falsedades y acusaciones sin fundamento. Están
convencidos de que el insulto y la mentira son armas políticas. En realidad,
son bumeranes que, a la larga, destruyen a los que ofenden al pueblo.