Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 22 de junio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Oporto introduce el concepto de “carácter nacional” entendiéndose que está formado de tal manera que distingue a los bolivianos de otras sociedades. Entre sus características distintivas estarían: el individualismo, la aversión a la competencia, la “estadolatría”, la obsesión por el pasado, su idealización y la victimización, el desprecio por la ley, el carácter díscolo, el corporativismo, el mestizaje vergonzante, el rechazo al extranjero y la falta de confianza interpersonal.
Algunas de estas caracterizaciones son comunes a muchos otros países pero es bueno recordarlas que también conciernen a Bolivia. Entre éstas hay dos que son propias de la región andina: el valor de la igualdad con su consecuencia la aversión a la competencia y la especial forma de concebir el esfuerzo: ni mucho ni poco.
En las culturas precolombinas el concepto de igualdad entre los de abajo fue un valor moral muy difundido. Sólo se aceptaba diferencias económicas, sociales y de acceso a los recursos entre los de abajo y las élites. A nivel del pueblo, era mal visto que alguna persona se destaque en algún sentido y generaba recelo en las élites. Quizás por esta razón, en las culturas precolombinas, y después, no había competencias o concursos tal como aparecen en el pasado de otras culturas (luchas, carreras, deportes, certámenes diversos).
Esta valoración de la igualdad sigue vigente en nuestra sociedad y quizás sea la fuente de la ausencia de un sistema de premios y penalidades al esfuerzo individual (segunda característica) que puede reflejarse en la falta de emprendurismo y en mediocres resultados educativos. Empero, es necesario señalar que la cultura boliviana rechaza la falta de esfuerzo, pero éste no tiene que ser muy intenso porque si lo fuera generaría desigualdad.
Algunas de las otras características señaladas por Oporto tienen como raíz común el acervo educativo y la historia. Aceptarlo hubiera permitido al autor establecer una jerarquía de causa- efecto. La confianza interpersonal se encuentra a la base de la capacidad de cooperar con las otras personas y desarrollar capital social (conceptos que son la otra cara del “individualismo” mencionado por Oporto).
El capital social es la capacidad de un grupo de personas de consensuar para definir objetivos y comprometerse a cooperar para alcanzarlos. La primera condición para ello es que haya relacionamiento interpersonal al interior del grupo. La segunda condición es la capacidad de hacer un balance entre los beneficios y perjuicios de las propuestas en juego, lo que requiere algún nivel educativo.
El cumplimiento de la primera condición encuentra obstáculos en Bolivia debido a la fragmentación cultural, a la dispersión territorial y a la discriminación. Para ilustrar la importancia de la segunda condición conviene recordar que cualquier persona que no entiende los beneficios o riesgos de aceptar una propuesta, simplemente la rechaza. La “estadolatría” es sólo una etapa de transición entre el Estado feudal y el moderno.
La baja autoestima (y la victimización en palabras de Oporto) son comunes a todos los grupos humanos que han sufrido o que sufren situaciones de opresión (ver Frantz Fanon, Paulo Freire). Por ejemplo, muchos hombres para lograr la sumisión de sus parejas tienden a convencerlas que son seres inferiores. Los europeos hicieron lo mismo con la población africana. Las clases dominantes precolombinas y posteriores adoptaron una actitud similar con la población andina.
Hasta las dos primeras décadas del siglo XX, se discutió en Bolivia si los nativos tenían un nivel intelectual inferior al resto, incluso, se invitó a misiones “científicas” francesas para establecerlo. Poco a poco se está venciendo este trauma, pero aún falta bastante para lograrlo.
Henry Oporto utiliza también reflexiones económicas, pero a mi parecer comete un desatino haciendo la defensa de la política de hidrocarburos de Goni y sugiriendo que era la opción “racional” contraponiéndola a una presunta reacción “irracional” del pueblo. En la medida que ello implica una valoración que debería ser mejor explicada hubiera sido oportuno evitarla, más aún por estar fuera de contexto. Algo similar se puede señalar sobre las observaciones al actual gobierno que figuran en su última parte.
Para terminar quiero decir que me interesan mucho estos temas por la relevancia que les doy en los estudios que hago sobre desarrollo. En particular, invito a consultar mi libro El desarrollo visto desde el Sur (2016, Editorial Plural) donde me refiero a ellos instrumentándolos en función de la economía.
Rolando Morales Anaya es economista.