Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 20 de junio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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A veces los buenos no son tan buenos como los quieren pintar, en ocasiones, también hacen daño a otros. Y los malos pueden ser malos de muchas maneras, unas peores y otras bastantes soportables. Los verdaderos malos son así porque quieren (F. Savater).
La historia muestra una verdad inminente. Adolfo Hitler, elegido democráticamente, tuvo en su mente un romanticismo distorsionado. Él creía en una raza superior y trató de apropiarse de una parte del mundo para constituir la superioridad de esa raza. En su accionar, enmarcado por la triada oscura –narcisista, maquiavélico, psicópata– no tuvo escrúpulos. Asesinó, devastó y barrió con lo que pudo, pero como todo mortal también llegó a su fin.
Marcando algunas diferencias en el ideal y en el accionar de manera específica, hoy se encuentran varios caudillos –reelegidos democráticamente– que transitan por la triada oscura, operando los aparatos institucionales de la democracia participativa para fines velados, alejados de la idea básica de la democracia y de la gobernabilidad, y lo hacen a nombre del pueblo que gobierna.
Esos gobernantes están endiosados por el poder y por la adoración. No tienen ética, son cínicos, arrogantes y sinvergüenzas; engañan, manipulan y mienten. Son temerarios y buscan el poder absoluto. Nombran sucesores a dedo, manipulan los poderes y buscan enemigos externos para afianzarse al poder.
No les importa el método utilizado para hacer prevalecer la fuerza del poder; al parecer, siguen los pasos de los dictadores: siembran corrupción, cadáveres, miseria, atraso y deudas, y amasan fortunas.
Un fantasma merodea el sistema democrático. La institucionalidad está velada, la ingobernabilidad está tomando un cause propio y el pueblo está atormentado por el desaire de sus gobernantes. En estas circunstancias que reflejan ideas antidemocráticas, recordemos a J. Habermas, quien nos dice que la gobernabilidad necesita tener la velocidad con la que evoluciona el sentimiento de representación y participación política de los ciudadanos.
Al parecer, muchos gobernantes elegidos democráticamente no quieren entender que la gobernabilidad “es el equilibrio dinámico entre demandas sociales y la capacidad de respuesta gubernamental”.
Esta “realidad es angustiante pero verdadera”. Realidad que lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿gobernantes de esa estirpe y el pueblo podrán vivir juntos?
La respuesta es obvia: no. No podemos permitir que la corriente de hechos y actos políticos antidemocráticos vayan y vengan. No podemos dejar que la corriente democrática se sostenga sobre la base de sofistas, demagogos, traidores y “demócratas de varios pelos”.
Óscar A. Heredia Vargas es docente emérito de la UMSA.