Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 10 de abril de 2021
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La mayor amenaza a la democracia en América Latina no es la de los golpes militares, sino la de gobiernos electos que, una vez en el poder, tienden a destruir o fragmentar el Estado de derecho. Ese peligro es mayor cuando estos gobiernos se unen para establecer redes ideológicas de promoción y protección de proyectos autoritarios.
Un ejemplo de la acción de estás fuerzas, globales y regionales, se puede apreciar en un reciente comunicado del grupo de expresidentes, excancilleres y autodenominadas “personalidades latinoamericanas”, integrantes de la red regional “Grupo de Puebla“, donde pretenden convertir una mentira en verdad a fuerza de repetir un relato falso en forma coordinada, consistente y sistemática, en diversos foros y medios internacionales.
Este proyecto populista regional, profundamente antidemocrático, tiene una larga historia de más de 60 años. Cuba es el primer país donde el poder y la cultura fueron apropiados por un partido que, a su vez, controla el Estado y proyecta la extensión regional de su influencia política a través de la fascinación cultural, donde se insertan los mitos de la lucha revolucionaria y del hombre nuevo que atrajeron a los intelectuales latinoamericanos por tantos años.
Esa penetración cultural totalitaria, disfrazada de la promesa de construir un paraíso para los pobres, se denomina hoy “progresista” y es un movimiento regional que ha logrado tomar el poder en varios países. Su objetivo final es llegar al gobierno por medios democráticos para luego ocupar el control del Estado por medios poco democráticos. Con ese fin, todos los métodos son válidos. Aquellos líderes que cometieron los más grandes actos de corrupción en sus países, como sucedió en Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela, son los que hoy condenan a los gobiernos democráticos liberales de la región.
El “Grupo de Puebla“ cuenta también con el apoyo de potencias extra-regionales, así como de los servicios remunerados de periodistas, académicos e intelectuales sometidos al poder. Esto no debería sorprendernos, siempre hubo una extraña relación entre gran parte de los intelectuales de izquierda y los poderes establecidos.
Estos días, la gran mentira a la que dedica sus esfuerzos falsarios el grupo es que en Bolivia no hubo fraude electoral, sino golpe de Estado, y que el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, fue uno de los conspiradores en esa trama contra Evo Morales. Ese relato cumple con un doble objetivo; por un lado, debilitar a la OEA y, por otro, legitimar el retorno de Evo Morales al poder sin elecciones de por medio.
Lo preocupante es que detrás de esa narrativa falsa se esconden los objetivos regionales de un proyecto político autoritario de la izquierda en Latinoamérica. Esa nueva variedad de democracias iliberales está compuesta por gobiernos que llegan al poder elegidos democráticamente y luego desmontan los engranajes de la institucionalidad democrática. Esos gobiernos actúan en estrecha coordinación y cooperación y han adoptado métodos similares a los del “Plan Cóndor“ de los militares en los años 80.
Los operadores de esta red son los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, México y Argentina, junto al activismo de los expresidentes opositores en Brasil, Colombia, España y Ecuador. Muchos de estos países son dictaduras con fachadas de democracia. Ese grupo también busca que sus aliados recuperen el poder en Ecuador y eventualmente en Colombia.
Hoy constatamos que la democracia es un sistema frágil en la región y que su futuro nunca está asegurado. Esa fragilidad es inherente a la dificultad de poner límites a la ambición y a la acumulación de poder de los gobernantes en muchos países latinoamericanos y es una realidad que un sistema constitucional con controles y equilibrios no satisface los impulsos autoritarios de quienes llegan al poder con elecciones, pero con la intención de convertirse en un proyecto de poder hegemónico, como es el caso de los países del socialismo del siglo XXI.
Estamos en un periodo en el que los sistemas de valores de la región han colapsado. Es difícil entender que la humanidad haya vivido los horrores de los grandes sistemas totalitarios y aún no hayamos aprendido que la concepción subjetiva de ofrecer la felicidad del pueblo implica el sacrificio del individuo y desemboca fatalmente en el totalitarismo.
Jaime Aparicio Otero es diplomático de carrera y expresidente del Comité Jurídico Interamericano (Órgano Asesor de la OEA y países miembros en temas de Derecho Internacional).