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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 17 de junio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Victoria democrática y nueva correlación de fuerzas
Es fácil ahora percibir la desagregación progresiva del bloque populista en el poder. Un bloque otrora poderoso que, teniendo en su núcleo central la articulación indígena popular, abarcó amplios estratos de las clases medias, a sectores profesionales y empresariales, se expandió en todas las regiones y se expresó como contundente mayoría electoral.
Lo que se visibiliza después del 21–F, es el achicamiento del bloque en el poder por la disidencia cocalera, por la disidencia campesina de Achacachi, por los graves problemas con los cooperativistas y, desde un primer momento, por el abandono masivo de las clases medias.
Y al tiempo que ese bloque empieza a desagregarse, el 21-F hace visible un nuevo bloque en proceso de emergencia, que se da cuenta que es mayoría electoral; que logra arrebatarle el escenario de la calle al bloque gubernamental y que se alimenta de la emergencia ciudadana, de la inicial disidencia popular y de la oposición político partidaria.
La modificación de la correlación de fuerzas, la desagregación paulatina del bloque en el poder y la articulación inicial de un bloque democrático es el escenario de la nueva coyuntura y, por tanto, de la confrontación política, donde se irán definiendo posiciones y donde nada es aún definitivo.
Si es irreversible el agotamiento de la fase estatal autoritaria porque fracasaron, no es igualmente irreversible este cambio en la correlación de fuerzas, porque la coyuntura dependerá de cómo cada bloque despliegue sus iniciativas y sus potencialidades.
Estamos frente a un bloque que, siendo minoría ciudadana es, sin embargo, hegemonía burocrático estatal. El MAS hoy día ya no expresa un proyecto nacional alternativo, pero es una poderosa y peligrosa hegemonía institucional que controla todos los poderes, todos los recursos del Estado y que tiene el manejo de la economía del país.
Y esta hegemonía burocrática le permite retomar, mantener y proyectar la iniciativa política. Lo que viene por delante es un despliegue de esa hegemonía estatal para modificar la correlación de fuerzas, para reconstituir su bloque y tratar de perpetuarlo.
Lo que tenemos es un enorme desafío porque en la otra vereda, dónde está la oposición democrática, existe aún una gran dispersión de fuerzas, una visible debilidad de liderazgos, una mantenida fragilidad de los partidos políticos, una notoria precariedad de las plataformas ciudadanas.
Estamos ya viviendo el despliegue hegemónico del bloque en el poder para su propia reconstitución, con esos poderosos instrumentos para cambiar la correlación de fuerzas; con el control absoluto del aparato estatal para prebendalizar sus disidencias internas, para anular a la oposición política partidaria con la persecución judicial; con un inmenso aparato de propaganda y con el resorte de los recursos públicos previstos en el Presupuesto General.
Se han incrementado los salarios, se va a pagar el doble aguinaldo, se ha reducido el encaje legal bancario, se están insuflando millonarios recursos a la economía para contrarrestar la desaceleración. Entonces lo que se viene es la generación de una gran burbuja de reposición artificial de la bonanza, a lo que se ha sumado el incremento del precio internacional de nuestras materias primas.
Este es el cuadro del bloque en el poder, ¿qué tenemos en este bloque inicial que lo he denominado nacional democrático? Tenemos sin duda la visibilización del agotamiento y, por tanto, el cansancio generalizado respecto del gobierno, tenemos ese nuevo sentido común, tenemos el rechazo mayoritario al prorroguismo y al despilfarro, el vigoroso impulso organizacional de la sociedad y una activa búsqueda de liderazgos y de propuestas distintas de país.
De la forma cómo se desplieguen estos dos bloques dependerá la configuración del campo político, donde podrá consolidarse o revertirse la correlación de fuerzas. Esa es la batalla del momento.
Y para abordar esto, veamos los contenidos del 21-F, porque en esos contenidos podremos encontrar los mecanismos de la articulación y de la proyección del bloque nacional democrático.
Los contenidos del 21–F: unidad y renovación
Era imposible el triunfo electoral del 21 de febrero, si no concurrían unidas todas las fuerzas democráticas; el carácter refrendario de la consulta facilitó las cosas, era el sí o el no, toda la oposición democrática convergió en el NO y la unidad se dio de facto.
Pero era poco probable que esa unidad tuviera destino victorioso si es que hubiera estado encabezada o protagonizada por los viejos liderazgos; era poco previsible que el NO tuviera ese carácter mayoritario sin la unidad que se dio de facto, pero también y sobre todo sin la emergencia de renovados interlocutores especialmente ciudadanos.
Son pues, dos los contenidos esenciales del 21-F, la unidad y la renovación. Y de lo que se trata frente a esta coyuntura compleja, es de retomar, potenciar y desplegar esos contenidos.
Pero no se trata de cualquier unidad o de cualquier renovación. Deberíamos tener una visión más integral de la unidad.
Hay quienes piensan, desde un reflejo mecánico electoral, que la unidad es la reunión de los cinco o seis dirigentes políticos más conocidos, la firma de un acuerdo y la distribución de candidaturas.
Una visión más integral nos debería llevar a comprender la unidad como un fenómeno social. Necesitamos a los sectores de clase media urbana junto a la disidencia indígena y sindical, a los sectores urbanos populares, a los profesionales, a los intelectuales, a los empresarios.
Pero en segundo lugar necesitamos construir la unidad territorial. No será posible ninguna unidad si oriente, occidente y sur van separados; la unidad social y territorial son fundamentales, y eso pasa con los actuales esfuerzos ciudadanos y partidarios. Y en tercer lugar tenemos que también labrar la unidad interpartidaria.
Y junto a la visión más integral de la unidad necesitamos una visión más estructural de la renovación. En primer lugar, tenemos que renovar nuestra visión de país, y no estoy hablando todavía de una nueva propuesta estatal, pero necesitamos, al menos, las bases de una nueva visión de país que tenga como eje central la superación del populismo autoritario y el no retorno del conservadurismo del pasado.
El segundo componente más estructural de la renovación es la renovación política. No podemos seguir haciendo política como antes, dejándola librada a la sola representación partidaria; cuidado que las plataformas ciudadanas quieran volverse partidarias, cuidado con la cooptación partidaria de las plataformas ciudadanas. Necesitamos nuevas formas de hacer política, desde la horizontalidad, la tolerancia, la equidad y la pluralidad.
En tercer lugar, necesitamos ser portadores de una vigorosa renovación ética porque el gobierno está en una agresiva campaña para mostrar, con motivo de gestiones opositoras poco transparentes, que todos son corruptos. Y también necesitamos renovación de liderazgos. No necesitamos que aparezcan nuevos líderes bajando en paracaídas y mejor si son jóvenes.
Ojalá que haya ese componente generacional en la renovación, pero estos jóvenes o esas nuevas caras, no serán portadores de ninguna renovación sino encarnan la renovación ética, la renovación política y las renovadas visiones de país.
Desafíos, límites y alcances del 21-F
Finalizo con los desafíos. El desafío central es el de consolidar el nuevo sentido común y hacerlo trascender a la ilegitimidad del prorroguismo. Todavía hoy el rechazo al prorroguismo no está suficientemente incorporado al nuevo sentido común, todavía hoy la candidatura de Evo Morales aparece como parte de las incertidumbres, de las posibilidades, cuando la ilegitimidad de esa candidatura debería ser parte de las certezas de la gente, como parte del nuevo sentido común que se ha gestado.
Tal vez el problema sea más complejo, como lo han planteado varios analistas, o como lo está insinuando el gobierno, en sentido que no habrá elecciones si Evo no es candidato y al mismo tiempo que en esas elecciones Evo no podría ser perdedor en ningún caso.
Lo que sería un peligroso punto muerto, solo resoluble si clarificamos los alcances y límites del 21-F y del sentido común acumulado. Me refiero al gran desafío de las próximas semanas y meses. Si es irreversible el agotamiento por los datos de la historia, tenemos que ser muy sagaces para definir en qué momento vamos a derrotar al prorroguismo.
¿Vamos a derrotarlo antes de las elecciones del 2019, vamos a derrotarlo en esas elecciones, o lo vamos a derrotar después? Cuidado con los extremos, con la visión facilona de algunos líderes políticos que ya han validado el fallo del 28 de noviembre, y que solo están buscando la candidatura que mejor enfrente a la de Evo Morales.
Pero cuidado con el otro extremo, con encerrarnos exclusivamente en las acciones que derroten al prorroguismo antes de las elecciones. Tenemos que medir nuestras fuerzas, tenemos que ver nuestro espejo, la dispersión de fuerzas, la ausencia de liderazgos articuladores, las precariedades ciudadanas, la ausencia de una visión de país distinta, etcétera. No podemos ni debemos admitir el prorroguismo, la violación del voto popular, la fractura de la Constitución.
Debemos desplegar todos los esfuerzos jurídicos, políticos, nacionales e internacionales necesarios para revertir el fallo del 28 de noviembre, pero no podemos llegar inermes al 2019, sin poner igual énfasis en la articulación del Bloque Nacional Democrático que, además, puede ser el mecanismo mejor para reactivar la movilización, para deslegitimar la candidatura inconstitucional de Evo Morales y para restablecer la Constitución.
Si eso se logra, y ese es nuestro objetivo máximo, habremos anticipado la victoria del 2019, pero si no, habremos construido la alternativa que derrote al prorroguismo en las elecciones. Y lo mínimo, habremos sentado las bases para derrotar al prorroguismo en el gobierno, después de las elecciones. Las prioridades y sus intensidades las definirá el tiempo político que, sin embargo, ya está corriendo.
Agotado el modelo estatal, instalando un nuevo sentido común, generada una nueva correlación de fuerzas, tenemos que dar una batalla en la perspectiva de aperturar una nueva transición democrática. Porque después del agotamiento estatal lo que viene es la transición; y frente al cuadro de la coyuntura tenemos la posibilidad de generar una transición democrática, pero también estamos ante la posibilidad de una transición tiránica si Evo Morales se perpetúa en el gobierno revirtiendo la correlación de fuerzas, rearticulando su bloque e imponiendo su candidatura prorroguista.
Y si lo logra, lo que se inicia después es un gobierno tiránico, sin propuesta estatal, pero en cuyo derrotero incierto se agravarán el autoritarismo, la corrupción, el extractivismo, el despilfarro y el hegemonismo, hasta el extremo de poner en riesgo toda la convivencia democrática.
Frente a ello está la posibilidad cierta de la transición democrática, que tendría en la renovación democrática, institucional, ética y productiva, las bases de un programa mínimo y lo básico de una renovada visión de país. El principal desafío del 21-F es, por ello, aperturar la transición democrática, impedir la transición tiránica y evitar la continuidad del Estado prebendal que pondrá en riesgo ya no un proceso, sino la propia existencia de Bolivia.