Medio: El País
Fecha de la publicación: martes 23 de marzo de 2021
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Mientras todos los países del mundo pelean por sus planes de vacunación y se concentran en trazar estrategias para reponerse a la crisis económica que continuará mucho tiempo después de que se controle la pandemia - si es que tal cosa es posible – en Bolivia se sigue debatiendo con inusitada pasión el “qué” pasó en aquellas jornadas de octubre y noviembre de 2019 en las que el Gobierno de Evo Morales voló por los aires y Jeanine Áñez acabó siendo presidenta del país.
Quien ha precipitado este debate ha sido el Gobierno, o más concretamente, el partido de Gobierno a través de los Ministerios más sensibles y proclives a la “vieja guardia del MAS” y que han sido los más afectados por el curso que tomaron los acontecimientos. El MAS de Evo Morales nunca perdió la iniciativa política en 14 años de Gobierno, pero tomó un puñado de malas decisiones que les atormentarán – al parecer – para el resto de sus días.
La sentencia política de lo sucedido la dictaron las ánforas el 18 de octubre de 2020 cuando Luis Arce Catacora, el candidato constitucional, arrasó con un 55 por ciento de los votos casi doblando al candidato Carlos Mesa, que llegó a asegurar que en 2019 “había ganado”.
La sentencia fue ratificada el 7 de marzo en las subnacionales, por mucho que algunos insistan en leer cosas diferentes: Los aliados de Áñez fueron literalmente borrados del mapa – Oliva en Tarija, los Demócratas en Santa Cruz, Revilla y su Sol.bo en La Paz, etc., mientras que Eva Copa arrasó en El Alto, legitimando aún más su papel.
Es evidente que Evo Morales no se fue por gusto de la Casa Grande del Pueblo y que el relato idílico de la “rebelión de las pititas” olvida el motín policial o la noche de terror en Potosí
Es evidente que Evo Morales no se fue por gusto de la Casa Grande del Pueblo y que el relato idílico de la “rebelión de las pititas” olvida el motín policial o la noche de terror en Potosí en su serenata del 10 de noviembre, como también es evidente que una buena parte de la población solo necesitaba una excusa para estallar contra el mandatario, que no quiso respetar el resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016.
Todo sería más fácil si en lugar de empeñarse en descifrar e imponer la lectura de la génesis del suceso, se juzgaran sus consecuencias, que evidentemente fueron nefastas tanto por un lado como por otro, pero a estas alturas parece que empieza a importar más el relato que la justicia.
Esto de perdernos en el relato ya sucedió, propagandistas poco convincentes trataron de convencer a unos y otros de lo que había pasado en 2016 y el resultado fue el que fue. Lo mismo pasó después, con el Gobierno de Áñez hablando de salvajes y de un MAS delincuencial que después fue refrendado por el 55%.
El Gobierno debería retomar la iniciativa; la pandemia sigue haciendo estragos en el país y nuestra economía, por muy resiliente que sea al ser demasiado falsa, está experimentando problemas serios que tendrá impacto a mediano plazo – demasiados hogares fracasando, por ejemplo -. Es tiempo de concentrarse en la gestión, pues los ciudadanos ya se han dado sus formas, y se las volverán a dar, para ventilar lo político.