Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: miércoles 03 de marzo de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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Cada vez más tengo la sensación de que votar es en vano. Está demasiado demostrado que nos gastamos una institucionalidad pública podrida, débil, que es proclive a la voluntad y apetitos de cualquier abusador y/o corrupto que coyunturalmente acceda al poder.
Es cierto que nuestra imperfecta democracia nos ha otorgado la posibilidad de librarnos de las tiranías militares (por lo menos un poco) y que con sangre nos hemos ganado invaluables derechos civiles y políticos, como la libertad de expresión (de otra manera no pudiera escribir estas líneas). Hay que admitir que la más imperfecta democracia es mejor a cualquier dictadura.
Sin embargo, ¿es realmente consolidada nuestra democracia si la gestión pública está acostumbrada a hacer lo que le da la gana anulando cualquier contrapeso institucional y muchas veces manipulando la justicia a su antojo? ¿Es saludable una democracia cuando las elecciones más parecen, mayoritariamente, un concurso de demagogos y corruptos?
Sólo basta hacer un precario análisis discursivo de las propuestas electorales o evidenciar las eternas payasadas, bailecitos y demás taras que caracterizan a las campañas, para dar cuenta que sigue primando la demagogia y la angurria de poder como si los gobiernos fueran botines.
Por supuesto que hay excepciones. Entiendo que existen escasos funcionarios públicos honestos que intentan la titánica labor de ejercer una burocracia pública profesional en Bolivia. Ubico que hay gente que está o aspira a estar en la función pública por pura sobrevivencia, para tener de dónde ganarse el pan. Sé que hay candidaturas o militantes partidarios con esperanza de hacer la diferencia. Lo paradójico es que gente así la conozco en todos los partidos. Pero es escasa, poquísima, una escuálida minoría. Y cuando se postulan a cargos directivos altos, esas personas rara vez ganan.
Eso implica que quienes eligen a demagogos y/o corruptos sigue siendo la mayoría de este país. Acá amerita citar al historiador y diplomático Alberto Gutiérrez cuando se preguntaba qué hacía que los gobernantes bolivianos sucumbieran una y otra vez a la borrachera del poder:
“Hay otro factor que crea esas contradicciones, que el historiador se encuentra en el deber de investigar en sus verdaderos orígenes. Es la educación de los políticos en Bolivia, la tendencia a la adulación y el servilismo, la predisposición enfermiza que forma bandas voluntarias de sicarios y esbirros. La lisonja palaciega que malea y pervierte los mejores caracteres…”.
Esta cadena de sumisión caudillista empieza en los partidos y en la militancia partidaria y, obviamente se despliega con toda sordidez en las campañas electorales. Es de esa forma que los militantes y simpatizantes partidarios se vuelven ciegos, sordos y mudos cuando se evidencia las fechorías de sus caudillos “favoritos”. Pero qué afiladas tienen las uñas cuando se refieren a las fechorías del contrincante.
El asunto acá es que, si se trata de las acciones tangibles, los caudillos favoritos de la mayoría de los bandos partidarios tienen similar prontuario politiquero. Sin embargo, pareciera no importar lo corrupto o abusivo que puede ser tu caudillo favorito, porque la corrupción y el abuso solamente los verás (convenientemente) en el rival político y nunca en tu propio frente. Si tu caudillo favorito tuvo un oscuro pasado en gestiones públicas despóticas y/o dudosas, tampoco importa, porque tu memoria es selectiva y sólo “funca” cuando se trata de la cola de paja del adversario.
No cambiamos y parece que no queremos cambiar. Todo augura que este país continuará estancado en su podredumbre institucional y partidaria. Y seguirá así mientras creamos que un buen gobierno se hace deponiendo a un caudillo para reemplazarlo por otro, mientras aplaudamos cualquier cosa, sedientos de caudillos favoritos, incapaces de proyectar un mejor destino.
Un destino sin caudillos.
La autora es socióloga