Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: lunes 22 de febrero de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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“¡Ya sé!”, dijo mi suegra saltando de la hamaca y apagando su pucho con el dedo gordo de su pie descalzo. “¡Eureka!” Siguió gritando llamando a su perro que se llama así, en homenaje a su primer amante que se llama Pitágoras de Shinahota y que inventó la forma de hacer pichicata sin gasolina, pero quebró y sus deudores lo acribillaron a globazos en un viejo Carnaval.
“¡Inútil, páseme mis pantuflas!” Volvió a gritar, pero el pedido estaba dirigido hacia mí al que acudí prestamente.
—¡¿Qué le ha pasado mi querida suegra?
Me dijo que, luego de escuchar tantas sandeces de tantos candidatos al municipio, se dio cuenta de que nadie hablaba de cultura porque, sospecha, todos eran burros o medio burros. Que todos pujaban por prometer muchas cosas, pero el pan del espíritu que es la cultura no estaba en la mesa de las ofertas de los perniciosos.
Partiendo de esa premisa dijo que iba a postularse como la Alcaldesa de la Cultura. Tuvo la brillante idea de hacer del consumo cultural parte de la canasta familiar de todos los ciudadanos que tienen una vida tan, pero tan deprimente, que esperan desesperados los viernes para tomar una cerveza. No, la gente debe esperar salir y consumir teatro, ir a conciertos, bailar y ver bailar y no dejar de asistir a exposiciones de cuadros, de artistas nacionales o “como los clásicos de la pintura como Van Gogh, Picasso o Beethoven” del que dijo tener un cuadro.
No me metí a correcciones para no sentir un chinelazo y le dije que me parecía muy importante.
Coincidimos en que las campañas electorales poco o nada se ha dicho de los artistas, pese a que ellos fueron los primeros en cerrar sus puertas y serán los últimos en abrirlas, si aún viven.
“¡No hay ideas para lanzar un salvavidas a los artistas! Es increíble. Han aparecido más candidatos que ánforas para las elecciones, pero a cuál más crudo en la materia”, dijo.
Se disculpó porque a veces es muy cruda en sus expresiones porque tiene dificultad para hablar.
“Desde que me pusieron estos ‘bragueros” no hablo claro, dijo.
Le dije que son brackets, braquetes en castellano, aclaré, pero ella estaba en otra y no le importó. Solo que cuando volvió del dentista le pregunte
—¿Le pusieron brackets, querida suegrita?
—No me comí un transformer y son las migas que me han quedado entre los dientes —dijo para seguir con su tema.
“Seré una candidata diferente. No hablaré de salvar a los ciudadanos de las inundaciones con canales kilométrales, no salvaré del tráfico a los peatones con autopistas aéreas, ni caminaré con rosarios y rezando oraciones por las calles ya que a Dios no lo meto en política, porque Él es una persona decente y al cuadrilátero de la basura, yo no lo meto”.
—Ya no puede candidatear, porque las inscripciones ya están cerradas —interrumpí tímidamente.
Entonces ambos callamos. En lo que siempre coincidimos es que luego de una charla sesuda y sustanciosa, abrimos al unísono, unas latas de cerveza y brindamos por la vida. Lo hicimos, sin necesidad de ser viernes.
El autor es humorista