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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 14 de febrero de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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Augusto Vera Riveros
Abogado
Hace pocos días la justicia constitucional ha rechazado una acción popular para la postergación de las elecciones subnacionales, y entonces quienes legislan por sus intereses personales tienen una resolución judicial de la que asirse para no dictar una ley en ese sentido. El camino para un aplazamiento de las justas electorales, sin embargo, no era el de acudir ante la instancia jurisdiccional, en tanto este es tema de competencia rigurosamente médico-científico, de manera tal que quienes tienen que ver con la convocatoria tanto como con la administración del proceso, deben someterse a los dictámenes periciales de quienes saben del oficio.
Las previsiones de los colegios médicos y ateneos de intensivistas y epidemiólogos han encontrado unanimidad en la insensatez de mantener una fecha cuya postergación tiene –todos lo sabemos– antecedentes muy próximos que no han resentido la institucionalidad democrática del Estado ante una emergencia que nadie la pudo evitar pero que está en manos del Estado mitigar, en tanto fueron mecanismos legales idóneos los que han sustentado los diferimientos.
Aleccionados hasta el tuétano, ni debemos descuidar, ni tenemos que en ellos abandonarnos: el distanciamiento social, el uso correcto del barbijo y del alcohol, son medidas que no han sido inventadas por ninguna autoridad local, sino investigadas por expertos en enfermedades virales e infecto-contagiosas; por tanto su uso tiene que pasar a formar parte habitual e indefinida de todos nosotros.
¿Pero ir a votar el domingo 7 de marzo para elegir autoridades subnacionales, provistos de barbijos, alcohol de alta graduación y un distanciamiento prudente en nuestros recintos electorales, garantiza una protección total para el ciudadano? Por supuesto que no. En primer término, nos encontramos ante un virus que la ciencia, contra el tiempo y probablemente desafiando el sino, está tratando de desentrañar.
¿O a alguien se le ha olvidado que los primeros días del pasado mes de marzo, en nuestro país, estábamos enterándonos de la existencia de este flagelo, y nuestros médicos nos decían que en el fondo esto es una variedad de gripe por la que mucho no había que preocuparse?, ¿que la internación de un paciente con coronavirus era una posibilidad excepcional?, ¿que lo ordinario sería quedarse en casa cumpliendo ciertos protocolos que en catorce días lo aliviarían de sus malestares?
En esas primeras semanas, que de golpe y porrazo cambiamos el estilo de nuestras vidas, varios médicos y algunos con enfado, sostenían que el uso del barbijo era solo para los enfermos, que los sanos no tenían por qué recurrir a ellos, lo cual, en lo personal, nunca terminó de convencerme. Un poco más adelante, ya nos hablaron de las secuelas que puede dejar ser sobreviviente de la Covid-19; y ya vemos, en este doloroso andar, que se quedaron cortos.
Nos encontramos a escasas semanas de la celebración de las elecciones subnacionales y hay un mayoritario clamor para el aplazamiento de ese acto. Y los motivos aducidos por gran parte de la ciudadanía son indiscutiblemente justificados, no obstante de lo que parece ser que las cartas están echadas en cuanto al día de esa cita, a pesar de que estamos ante un rebrote mucho más letal que el del pico más elevado de la anterior fase de la enfermedad.
Pero lo peor es que, según estimaciones de quienes dicen saber sobre el tema, es que a diferencia de la vez última con probabilidad va a producirse una nueva oleada bastante más peligrosa por la mutación permanente y siempre novedosa de la cepa original, pero sin una desescalada de contagios previa. Eso, en buen romance, significa, más que una tercera oleada, una agravación –sin intervalo– de los ya centenares de muertos que semanalmente se están produciendo en Bolivia y que algunos en patéticos discursos no admiten.
Una parte de la población boliviana, con motivo de las elecciones generales de octubre pasado, pedía una tercera postergación de ese evento, que finalmente no se dispuso, y con acierto por parte del TSE, que informado precisamente de la opinión pericial que corresponde, supo con prudente antelación de un apaciguamiento viral, que pudo o no darse, pero que finalmente y por fortuna así fue. Luego, las circunstancias eran diferentes a las actuales. La democracia estaba en la cuerda floja y había que dar por terminada una transitoriedad muy prometedora en sus inicios y muy conflictiva después.
Las predicciones para este año no son tan alentadoras y en ese contexto, excepto al MAS, que quiere monopolizar cuanto antes la administración del Estado, a nadie le interesa elecciones para tener un nuevo alcalde y peor un nuevo gobernador, que en nuestro sistema político, es autoridad que, pese a quien le pese, no es lo influyente que los instrumentos normativos que lo sustentan podrían sugerir.
No existe una semana en que no nos enteremos de nuevos síntomas del virus chino y con certitud nadie sabe los vectores de su diseminación ni los riesgos de sus variables. Pues si entre lo último conocemos que el germen está en la atmósfera, no hay distanciamiento que sirva sobre todo si una parte de la gente piensa más en usar una mascarilla que haga juego con su cartera que en si le ofrece seguridad. Si llegar a una unidad de terapia intensiva (de la que según aggiornamento médico del medio, salen dos de cada diez con vida) ya no es tan excepcional como al principio, ¡porqué habría que arriesgarse a ello sólo por votar en favor de un candidato que semanas más o menos no va a cambiar sustancialmente nada! O no todos lo harán.
¿Debemos pasar por alto que la generalidad de la gente, no solo acá, sino en sociedades con mejores índices de desarrollo humano, son reacias al cumplimiento de las medidas de bioseguridad recomendables y recomendadas por quienes corresponde?
¡To be, or not to be, that is the question! Y concluyo con la expresión original que interpreta un proceso de indecisión pronunciada por el inmortal Hamlet y que da inicio a la tragedia del mismo nombre. Y en una especie de paráfrasis a su célebre autor, sostengo: “Votar o no votar, ¡esa es la cuestión!”. Nunca como ahora quisiera estar equivocado, pero si las predicciones tienen fundamento, de mis propias dudas no están exentas las posibilidades de un marcado ausentismo o de una concurrencia normal pero de alto riesgo.