Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 07 de febrero de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
La última columna que publiqué en Página Siete, hace ya varias semanas, fue la primera parte de un análisis sobre la “calidad de la democracia”. Ofrecí completar el análisis en una columna posterior y no lo hice. Debería hacerlo ahora, pero no lo haré. Más bien compartiré con ustedes las razones del porqué de la demora en el análisis.
Severa crisis política y dos procesos electorales en pandemia. Mucho que decir, pero poco bueno que decir y es muy difícil analizar la política cuando todas tus redes sociales están inundadas de avisos necrológicos, urgencias de medicamentos imposibles de encontrar, de pedidos de plasma, de oxígeno, de amigos enfermos y aislados … y a pesar de la pena por los amigos que se llevó el puto virus, seguimos hablando de elegir autoridades, que en su mayoría no tienen idea de la gestión pública, ni les interesa averiguar, pero quieren ser alcaldes o concejales de municipios inviables, que ni siquiera generan recursos propios ni pueden ejecutar los recursos que “papá Estado” les transfiere año tras año, hagan buena o mala gestión. Pero quieren ser autoridades, quieren el cambio de estatus, ganar bien, hacer negocios y tener vagoneta y chofer pagados por el Estado.
Elegimos centenares de autoridades municipales y decenas de autoridades departamentales que primero negocian listas de candidatos y luego recién preparan programas, que no son lo central y muchos los preparan sólo para cumplir el requisito. De yapa, los electores no buscan los programas, se quedan con la cara del candidato, ya que muy pocas veces es candidata.
Con las autoridades recientemente electas las cosas no van mucho mejor: tenemos un gobierno que está más concentrado en las elecciones y la pelea interna que en la gestión pública y la pandemia; tenemos una oposición débil que no puede siquiera presentar candidatos en todo el país, alianzas y posteriores rupturas, siglas recicladas con candidatos, pero vacías de estructura.
Se extinguen procesos por la manipulación judicial, se inician nuevos procesos por la judicialización de la política, se habilitan candidatos que debían estar inhabilitados, se miente en las cifras de contagios y muertes para quedar mejor que el anterior gobierno -que también manipulaba esos mismos datos-, se hace fanfarria por 20.000 vacunas que ni siquiera se aplican y queda en duda si sirven, porque son manipuladas hasta en camiones de distribución de pollo. El discurso oficial dice: ¡Aguanten!
Se aprueban contratos de nueva deuda externa que no van al sistema de salud, bajan las reservas internacionales, no sube el precio ni el volumen del gas, quiebran centenares de empresas, sube el desempleo, el sistema de pensiones está en riesgo, hay masacres blancas que son azules … y vamos a las urnas.
La cultura política boliviana tiene rasgos muy negativos: el caudillismo, el personalismo, el prebendalismo, el clientelismo, el patrimonialismo, la gerontocracia y el patriarcalismo. Para sacar alguna conclusión del oscuro y triste escenario, debe tomarse en cuenta que después de las elecciones tendremos nuevas autoridades, muchas nuevas caras, tal vez algunas menos arrugadas, pero hasta aquí, y dejando de lado el contexto del virus, no veo ninguna pista que me permita afirmar que habrá algún cambio en la cultura política.
¡Qué difícil ocuparse de analizar la política en pandemia y con un proceso para elegir autoridades nuevas que repetirán las viejas y cuestionadas prácticas! Es casi una farsa colectiva.
Jimena Costa Benavides es politóloga.