Este folclore político muestra invitados, “analistas y politólogos” sabihondos y presagiadores, que desde su interés partidista balbucean desatinos, con dictatoriales apreciaciones, y “verdades absolutas”, creyendo que la ciudadanía espera solo su dictamen para tomar decisión. ¿Dónde estudiarían para ser analistas? Otra vez una sarta de parleros oficiosos, que creen impresionar con puros criterios personales, sin mayor claridad que su presuntuosa opinión, que los posiciona tan lejos de verdaderos expertos que podemos ver en otros países. Otra copia burda de programación, de panelistas y del objetivo de los análisis estadísticos. 

De los postulantes, ni que decir, todos se creen candidateables, solo faltan Juan, Pancho y Martín, que sin ningún programa efectivo ofertan todo, ¿será que antes no se podía hacer lo que ahora prometen? Lo cierto es que nadie piensa en el país, solo miden sus propios intereses; destacando que muchos de ellos son eternos postulantes, repetitivos, tránsfugas; los otros, oportunistas, aprovechadores, pero todos ellos tienen algo en común: se creen la reserva moral y creen que la ciudad y la política la inventaron ellos. 

Por su parte, la ciudadanía fue perdiendo interés por la poca credibilidad que representan los compromisos, porque se dan cuenta que solo es más de lo mismo, que la ciudad no avanza con promesas porque el desarrollo depende del trabajo planificado, y que nadie solucionará la problemática de la ciudad porque no entienden o no les interesa. 

Lo cierto, es que deberíamos preocuparnos más, pues de los resultados depende tenerlos cinco años. La idea de política de ciudad debe tener un vínculo estrecho con el derecho a la ciudad que tenemos todos, con condiciones de confort y habitabilidad; para lo cual, las autoridades electas deben discernir que planificar, gobernar, y gestionar la ciudad abarca la acción pública desde el gobierno local, la planificación y la gestión, la complejidad y diversidad de la ciudad, cuyo enfoque supera el ámbito urbano.