Medio: El Deber
Fecha de la publicación: lunes 01 de febrero de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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En realidad cuando comenzaron a utilizarse encuestas políticas en América Latina, la mayoría de los líderes políticos las rechazaban. Las encuestas permiten conocer las opiniones del conjunto de los ciudadanos, formulando preguntas a unos pocos y se utilizan en diferentes campos. Para algunos candidatos implican adivinar el futuro, y han comenzado a sentirse ganadores, a conformar equipos de trabajo y a prometer que todos los problemas departamentales y municipales serán resueltos (incluyendo la obtención y distribución gratuita de vacunas contra la Covid-19).
Sin embargo, la percepción supersticiosa ha perdido un poco de terreno y del rechazo inicial a las encuestas, hemos pasado a una etapa en la que los políticos y candidatos, aun cuando manteniendo sus temores míticos hacía los métodos estadísticos, se dejan vencer por la curiosidad: si una candidatura sabe que se efectuó una encuesta, aunque sea de mala calidad, hace lo imposible por conseguir los datos. Y cuando se publica un estudio con malas cifras para un político, éste alega que esos números son falsos, poco creíbles, etc. porque nadie lo derrotará en las urnas (la única encuesta definitiva).
En toda campaña electoral los candidatos elaboran encuestas, consiguen números y tratan de analizarlos. Como dicen unos autores, son pacientes que se hacen los exámenes a sí mismos, se diagnostican y se terminan haciendo la operación. No saben que hay personas llamadas médicos o encuestadores, que dedican muchos años de su vida a estudiar esas profesiones y fenómenos sociales. A veces los candidatos son empresarios que entregan esta tarea a su departamento de marketing, suponiendo que el género “encuesta” sirve para todo. Hay varios casos de políticos que han gastado mucho dinero haciendo marketing y no han conseguido nada. Les habría ido mejor si hubieran entendido que una cosa es vender cereales o cemento y, otra muy distinta, conducir la política y lidiar con un electorado mucho más exigente, informado, que quiere candidatos creíbles, honestos, con ganas de trabajar por la comunidad.
Los candidatos deben saber que para triunfar es necesario investigar y trabajar varios años, pero no adivinando el futuro, sino cambiando el presente para llegar a metas establecidas. Es necesario saber cómo evolucionan las sociedades y sus necesidades para adaptar los mensajes a cada momento histórico y contienda en particular, porque los temas son distintos, la realidad es distinta, la política significa otra cosa. Todos los días la gente se informa de lo que ocurre en el mercado del poder a través de los diferentes medios de comunicación.
La industria electoral exige equipos multidisciplinarios que hagan estudios de opinión pública para conocer a los electores, sus necesidades, sus expectativas, sus preferencias, sus angustias y estados de ánimo, los perfiles de sus candidatos ideales, etc. Los expertos insisten en que hay que trabajar más con los electores poco informados, los menos politizados, los indecisos, porque son grupos que pueden cambiar de opinión hacia un determinado candidato. En la pasada elección general, por ejemplo, el denominado “voto oculto” no solo gravitó sino que inclinó la balanza y terminó con unos porcentajes que ni los mismos beneficiarios la podían creer. El voto hay que buscarlo, conquistarlo y asegurarlo y no esperar (como algún candidato en la nacional) que los electores vayan en busca del candidato. La carrera apenas ha comenzado y la primera encuesta parece haber cumplido su objetivo: mover el piso a varias candidaturas y, por tanto, a repensar sus estrategias comunicaciones y perfiles de sus candidatos.