Estamos nuevamente inmersos en un proceso electoral doble y en el esquema de mediocridad de los candidatos. Programas y propuestas reales y posibles, siguen sin aparecer y, obviamente, parece que eso no es ninguna prioridad para ellos.

En esa mediocridad de propuestas, vemos una candidata que ofrece todo lo que durante su gestión edil en suplencia no ha podido solucionar. Más bien, por el contrario, se agravaron los problemas de los mercados y vendedores ambulantes, el insoportable tráfico vehicular y la ausencia de autoridad municipal en la ciudad. Vemos basurales, canales que no pueden cruzarse por obras inconclusas, y hasta el manejo de la pandemia, que debe ser prioridad, lo siguen postergando por afanes netamente electoralistas.

En el amplio abanico de postulaciones, tanto para la gobernación como para la alcaldía, tenemos una cantidad de candidatos, que inicialmente pueden aceptarse para ver hasta dónde llegan en sus propuestas. Los resultados de una encuesta sobre las intenciones de voto ubican formalmente a quienes tienen posibilidades y aquellos que no tienen ninguna, por la tremenda diferencia de porcentajes de apoyo ciudadano que registran.

En las candidaturas a la gobernación destacan dos y después vienen los otras que difícilmente podrán remontar las diferencias, la distancia es considerable y el tiempo que queda es muy corto. Escuchamos sus declaraciones al respecto, y lo único que muestran es esperanza: que falta el voto de las provincias, que la encuesta no ha considerado segmentos de la población y una letanía de argumentos que hasta ellos mismos saben que no responden a la realidad.

En la lista de candidatos a la alcaldía municipal se amplía el espectro, porque hay mayor cantidad, y la brecha entre los posibles y los residuales es mucho mayor. Vemos dos grupos claramente diferenciados, cuatro candidatos que destacan y no se puede obviar sus posibilidades. En este grupo se tendrán que ver la propuestas reales y concretas y no cantos de sirenas que la población ya reconoce y rechaza.

El otro grupo es de los candidatos residuales: ninguno supera un 3% de la expectativa de voto y, será más que difícil que esa situación se revierta, ya tenemos la experiencia de anteriores procesos electorales. Quienes cuentan con esos bajísimos porcentajes no han podido siquiera superar una barrera de votos razonable.

La gran pregunta es: ¿por qué estos candidatos residuales persisten en mantenerse como tales, pues, hasta por un elemental principio de decencia personal, lo recomendable es bajarse de unas inviables candidaturas? No hay argumentos válidos que puedan demostrar un posible aumento de sus perspectivas de ser elegidos, fuera de la esperanza, que no genera votos, o de compromisos asumidos que los obligan a bajar la cabeza y mantenerse en la lista de candidatos.

La mediocridad sigue prevaleciendo en esta contienda electoral.

El autor es abogado