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Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 06 de enero de 2021
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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En medio del rebrote de la pandemia, otra vez el país está sumergido en unas elecciones, las subnacionales del 7 de marzo, que terminarán de configurar el mapa político cuya hegemonía recuperó el Movimiento Al Socialismo (MAS) luego del poder arrebatado por fuerzas minoritarias al amparo de organismos internacionales y representaciones políticas periféricas.
Se suponía que dichas fuerzas minoritarias, remozadas con la irrupción de Comunidad Ciudadana (CC) y Creemos, al menos en la Asamblea Legislativa, iban a estructurar aparatos políticos capaces de mejorar sus posibilidades en los venideros comicios. No fue así, y eso llama poderosamente la atención.
Un primer elemento para el análisis es que esas fuerzas políticas, cuyas matrices ideológicas fueron derrotadas en 2005, porfían en una “unidad” imposible desde hace varias elecciones. No habrá unidad posible mientras no haya una estructura política articuladora.
Si alguna posibilidad tuvieron fue por el desgaste del MAS desde antes del referéndum de 2016. La victoria del No a la modificación constitucional para una eventual repostulación del binomio masista no fue capitalizada con sabiduría ni bajo un interés nacional.
Un segundo elemento resultó catastrófico: un improbado “fraude electoral” que, al influjo de la Organización de Estados Americanos (OEA), retiró del poder a Evo Morales, terminó desahuciando otra posibilidad.
Degeneró en una cuestionada sucesión, desinstitucionalizó el Estado más allá del descrédito precedente, institucionalizó la persecución, legitimó las masacres de Sacaba y Senkata, y puso en el poder un gobierno autoritario, ilegítimo y corrupto, que, empezando por sus aliados fundacionales (Carlos Mesa, Jorge Quiroga, Waldo Albarracín y Luis Fernando Camacho), terminó liquidando a sus aliados políticos: Soberanía y Libertad (Sol.bo), Unidad Nacional (UN) y Demócratas. Estos últimos afectados por la frustrada candidatura de la entonces presidenta transitoria Jeanine Áñez, que los dejó sin representación legislativa.
Finalmente, como en las varias y últimas elecciones, la propuesta de candidaturas contra el MAS, solo contra el MAS, no es rentable. No es posible que las representaciones políticas solo busquen la derrota del adversario —en este caso, casi hegemónico— más que una victoria electoral particular, partiendo desde una propuesta seria de gobierno y una asimilación de la identidad nacional.
Las fuerzas adversas al MAS todavía no entienden que su éxito electoral no depende de quién desacredita o estigmatiza más a ese partido y su militancia, sino de sus propias capacidades de generar empatía con esa otra nación a la que recurrentemente califican de “salvajes”, “ terroristas” o “sediciosos”.
El MAS tiene más que un “voto duro”; ha logrado en el tiempo cooptar las mismas instituciones sociales y estructuras indígena originario campesinas, que, sumado el apoyo de las clases medias y el arraigo ciudadano casi natural, son su base electoral.
Si sus adversarios políticos tuvieran esa lectura y la convicción de incluir a esos sectores en sus planes de gestión y sustento ideológico, que no es poniendo guardatojo, poncho y polleras a sus contados cuadros, tendrían mejor suerte y mejores posibilidades.
Si antes no lo hicieron, es difícil que lo logren ahora. Además de fragmentados, en las últimas semanas —precisamente por ese afán de unirse contra el MAS y no precautelar una propuesta de gobierno seria— terminaron de improvisar alianzas y candidaturas con destino incierto. Los ejemplos visibles de esa improvisación son CC, UN y Sol.bo, ahora contendores, y la alianza Demócratas-Creemos.
Albarracín y sus aliados quedaron desguarnecidos por la salida de la alianza de Sol.bo, que se dio cuenta que puede perder su plaza “eterna” de La Paz sin candidato propio, situación que se ahonda más con el reciente precedente de aliado del gobierno de Áñez.
En Santa Cruz, la alianza Demócratas-Creemos (Camacho a la Gobernación y Roly Aguilera a la Alcaldía) ha terminado desportillando el partido de Rubén Costas y sacrificando a Vladimir Peña, que era potencial ganador, y Óscar Ortiz, dos influyentes cuadros de esa fuerza política ahora entregada a Creemos.
Más allá de las gobernaciones, el poder político se despliega a los municipios, y la mayoría de éstos son tradicionalmente del MAS. Así, el camino es difícil para sus adversarios.