Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 15 de diciembre de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones subnacionales
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Las elecciones municipales pusieron en evidencia la imposibilidad de las fuerzas políticas de oposición de alcanzar un mínimo de unidad frente a la consistente y abultada capacidad del MAS para convocar electores. Seguramente no todos los que votaron por ese partido en las últimas elecciones son convencidos militantes masistas, pero la dinámica electoral funciona siempre a través de fuerzas centrífugas y centrípetas.
Estas tendencias no surgen por efecto de magia, debe crearse o, en su caso, deben surgir espontáneamente de manera que el fraccionamiento de la oposición debe entenderse como la suma de varios elementos coyunturales capaces de crear una situación de vacío en el que cualquiera podría emerger o desaparecer del espectro político actual.
Resulta poco sensato pensar que la oposición no logró unirse simple y únicamente por intereses creados de manera grupal, corporativa o personal. Este es un factor de vital importancia, sin duda, pero no tiene la fuerza suficiente como para impedir que una compleja situación electoral sea sometida a esos intereses.
Para que los intereses particulares puedan bloquear una posibilidad de unión entre diversos, es necesario que la estructura en la que se han instalado les permita cierto metabolismo y que se perciba -acertada o equivocadamente- que sus intereses personalísimos se imponen como una posibilidad beneficiosa para el conjunto de la ciudadanía.
A lo largo de la historia hemos sido testigos de varias coyunturas en que la mera ambición personal no causaba el más mínimo efecto en la ciudadanía. Con muchísima claridad lo vimos en los 18 años de dictaduras militares en que, caudillos uniformados tomaban el poder y no lograban absolutamente el más mínimo apoyo ciudadano. Se mantenían por la fuerza de las armas y no necesitaban uniones ni alianzas en virtud de ello.
Un segundo factor es la usencia de liderazgos capaces de generar pasiones, como decía un analista boliviano. La condición primaria de un liderazgo que pueda articular una alianza consistente es que su capacidad de crear empatías neutralice las diferencias bajo acuerdos generales de amplio espectro. Esto que puede expresarse como carisma o capacidad de atracción y convencimiento, no lo logró ninguno de los líderes actuales, ni siquiera el propio presidente constitucional. En nuestra historia el poderoso rol del carisma lo vimos en el liderazgo de Jaime Paz Zamora que junto a Siles Zuazo logró unir todas las fuerzas en contra de la dictadura y derrocarla el 2 de octubre de 1982.
Sin embargo, ni el liderazgo con la fuerza para generar uniones ni el amplio espectro de intereses “particulares” ya de personas, de corporaciones o grupos organizados, es posible en un sistema político que funciona de manera defectuosa o simplemente no funciona. Se necesita contar con una estructura que haga capaz el funcionamiento de la política, y esto es lo que Bolivia no tiene gracias a la sistemática acción del MAS en los últimos 15 años. La devastación del sistema político que siguió a la victoria de Evo Morales el 2016 pulverizó todos los mecanismos de representación que son, en ultima instancia, la misión de las fuerzas políticas y los liderazgos.
Ningún líder, partido o grupo actúa en el vacío. Su funcionamiento requiere de un amplio conjunto de instituciones, disposiciones jurídicas que permitan su legitimidad y legalidad, el respeto a sus derechos y, sobre todo, un espacio en que el “otro” no sea considerado el enemigo que hay que eliminar, y no meramente el adversario coyuntural. El MAS pulverizó todas estas instancias y destruyó el sistema de partidos y la estructura política de la nación.
Política sólo pueden hacer ellos, para el resto hay un diccionario completo de diatribas, insultos, menosprecios etcétera, y el soporte de una poderosa maquinaria represiva de naturaleza jurídica detrás de todo ciudadano que se atreva a desafiar su “liderazgo incuestionable” según sus ideólogos.
La imposibilidad de crear alianzas capaces de cerrar el paso a las fuerzas fascistas encarnadas en el MAS es producto de una estrategia de poder representada por García Linera y sus ideólogos, que de forma expresa eliminaron todas las formas posibles de representación e institucionalidad políticas, con el único fin de eternizarse en el poder, al mejor estilo del fascismo totalitario, del fascismo de derecha como Mussolini o Hitler, o el de izquierda como Stalin en la Unión Soviética.
No sólo deberíamos juzgar a los dirigentes actuales, unos mejor localizados que otros, sino que debiéramos reconocer el daño que el gobierno de Morales y su sucesor, Arce, le infringieron a la vida política de este país y con ello, el daño que infringieron a las generaciones que hoy no terminan de comprender qué es la política y por qué debe ejercerse como un derecho inalienable.
Renzo Abruzzese es sociólogo.