Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 05 de junio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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El mensaje mostró una contundencia tan abrumadora que ninguno de los argumentos oficiales logró desvirtuar en lo más mínimo su impacto sobre las pretensiones prorroguistas del mandatario. Quedó claro que el respeto a la decisión soberana expresada en el referendo se mantiene incólume y, en consecuencia, puso en evidencia la inutilidad de las estrategias distractivas del régimen que, hasta no hace mucho, mostraron una eficiencia sorprendente.
El gobierno está obligado –por la fuerza de los acontecimientos– a reinterpretar la realidad política que lo circunda y las metafísicas interpretaciones centradas en un imaginario enemigo interno o las omnipresentes garras del imperio. Se han mostrado ahora como lo que realmente son: meros y simplones discursos de emisión, alegatos vacíos de contenido, demagogia pura.
Este particular poder que mostró la acción ciudadana en el los escenarios de ODESUR, supone para el MAS la necesidad de diseñar nuevas estrategias. El régimen sabe que si no logra neutralizar la voluntad popular de hacer respetar la voluntad expresada el 21F, sus posibilidades de eternizase en el poder disminuyen de forma drástica y eventualmente definitiva. La respuesta más racional aconsejaría al mandatario abandonar su ilegal repostulación. Con esto el curso de los acontecimientos retomaría un cauce normal dentro los mínimos márgenes democráticos que aún sobreviven en el país, empero esta hipótesis parece la menos probable. El régimen sabe que su proyecto estatal y la imperiosa necesidad de protegerse las espaldas, frente a 12 años de corrupción en una verdadera parranda de poder, requieren mucho más tiempo del que prescribe la constitución.
La percepción de que a la salida del caudillo el peso de la ley los pondría a todos en las puerta del panóptico, puede fácilmente ser un imperativo mucho más fuerte que cualquier ideología, peor aún cuando todos sabemos que el régimen subastó en el camino todos y cada uno de sus principios ideológicos.
La segunda opción sería seleccionar un candidato de los tipificados como “palos blancos” y gobernar con Evo Morales detrás de bambalinas. Esta opción, sin embargo, no tiene ninguna posibilidad en tanto el deterioro y desprestigio del régimen cubre prácticamente a todo su partido. Por otro lado, no habría un solo “prominente” que pudiera lavar el lastre de un liderazgo caudillista secante y monolítico que Morales se encargó de cultivar en más de una década. Él y sólo él son para el MAS la garantía de su estadía en el poder.
Una tercera opción sería suspender las elecciones por un tiempo siempre prorrogable, de manera que el régimen pudiera reconstruir una imagen que muestre un Evo con menos características totalitarias y una fachada más democrática, menos racista y más afín a las clases medias, junto a un partido hipotéticamente menos corrupto.
Si bien esto podría ser considerado altamente posible por las fuerzas masistas, tiene el inconveniente de alimentar una oposición ciudadana que no tardaría mucho en enfrentar de forma sistemática, y por todas las vías posibles, un régimen francamente ilegítimo. De la mano de esta última opción estaría la convocatoria a una Asamblea Constituyente al mejor estilo venezolano; sin embargo, estas dos posibilidades lo único que lograrían con total seguridad es la apertura de un ciclo de violencia, en la medida en que el Gobierno así nacido, no tendría más remedio que radicalizarse a fin de contener los impulsos ciudadanos, y los ciudadanos de radicalizar sus formas de lucha para restituir el sistema democrático.
Como se ve, el régimen de Morales ha entrado en una fase definitoria. Ninguno de sus argumentos ideológicos, de raza, de clase o del tipo que se quiera, logrará restituir una hegemonía que lo único que produjo fue su final político y la certeza de que, como ya paso en otras latitudes, el populismo tardío latinoamericano se derrumbó estrepitosamente, como el “socialismo del siglo XXI”, ese épico experimento del decadente “socialismo real” que se llevó a la célebre Europa del este al basurero de la historia.
Renzo Abruzzese es sociólogo.