Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 03 de diciembre de 2020
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Lo que sucedió está en la memoria de todos. Descubierto el fraude electoral de Evo Morales et al., y su posterior renuncia y fuga –previo lloriqueo del “delincuente confeso” en el Chapare–, se procedió a la sucesión constitucional para evitar el vacío de poder. La Constitución es clara sobre este punto, al igual que la Sentencia Constitucional 003/01 del 31 de julio de 2001, impecablemente interpretada por Luis Vázquez Villamor.
Los “golpistas” no clausuraron el Parlamento. He aquí el hueso duro de roer para los “mazis” en sus sueños políticos. La legislatura anterior, donde el MAS tenía dos tercios, fácilmente podía haber rechazado la sucesión constitucional. No lo hizo y retomó sus labores con normalidad: nadie obligó a Adriana Salvatierra, por ejemplo, a volver a la Asamblea. Los legisladores masistas crearon comisiones, censuraron ministros y promulgaron leyes como el “Bono contra el hambre”. Esta gestión legislativa, por sí sola, anula la posverdad “golpista” al legitimar el Gobierno de Jeanine Añez. La conclusión es la misma si se analiza el actuar del Tribunal Constitucional Plurinacional (Declaración Constitucional 0001/2020 del 15 de enero de 2020) e, incluso, de la Defensoría del Pueblo.
A pesar de estas evidencias, Evo Morales insiste en la falsedad discursiva del “golpe”: “Organismos nacionales e internacionales concluyeron que hubo masacres y masivas violaciones a los derechos Humanos durante el golpe de Estado y el gobierno de facto”. Olvida o no entiende, el hermano p’ajpaku de los cocaleros, el aforismo de Ernesto Che Guevara: “La verdad es revolucionaria, la mentira es reaccionaria”. Tal vez por eso miente tanto. En otro tuit, seguro, va a intentar convencer a sus MASas que pegar mujeres es bueno y conquistar y embarazar menores de edad a los 60 años, mejor. Existen “revolucionarios” que revientan a sus parejas a patadas (no a rodillazos) y otros que tienen hijos menores que sus nietos: versión de la sagrada familia en el proceso de cambio.
Si los “mazis” fueran honestos con sus propios planteamientos, sería fácil rectificar la injusticia histórica del supuesto “golpe de Estado”. Ahora que tienen el control de la Asamblea, los dos tercios no son necesarios, los parlamentarios masistas podrían proponer una ley única declarando nulos los actos del “gobierno de facto”. Luis Arce y David Choquehuanca, si respetan las leyes, no tendrían otra opción que renunciar e invitar al cocalero palabrero a terminar su mandato constitucional, alrededor de tres meses. De esta forma Evo Morales volvería a la presidencia y llevaría a cabo unas elecciones transparentes para demostrar que no es el tramposo que muchos, incluso en el MAS, creen que es.
La probabilidad de que esto ocurra es matemáticamente imposible. Ni siquiera la oposición apoyaría ese proyecto de ley que les congelaría el asiento al que ya se acostumbraron. La política es un ajedrez perverso sin reglas: todo vale para defender intereses particulares en nombre del “pueblo”.
Lo que Evo Morales busca, con su mendacidad e impostura, es seguir victimizándose para recuperar el poder: y Arce no se da cuenta... Esta estrategia le dio resultado cuando se disfrazaba de “indio” para mantenerse y prolongar ilegalmente su mandato. Ahora quiere ser “Salvador Allende” para forzar una salida política a lo Cámpora. Y esto, las señales son claras, es probable que ocurra. El MAS, a través de sus movimientos sociales, va a obligar a renunciar a Arce, a Choquehuanca y a todos los de la línea sucesoria. El Parlamento, ante ese vacío de poder, tendría que convocar a nuevas elecciones donde el “guía espiritual de la humanidad” podría ser electo, otra vez, presidente constitucional de Bolivia. Queda la incógnita de quién sería su vicepresidente. Juan Domingo Perón eligió a su mujer María Estela Martínez. ¿A quién escogería Evo? El diablo, dice la sabiduría popular –Jeanine Añez y Luis Fernando Camacho lo confirman–, no sabe para quién trabaja. Vale.