Medio: El Día
Fecha de la publicación: lunes 16 de noviembre de 2020
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Resulta gratuito y desgastante que el gobierno comience a recurrir a la vendetta, arrestando opositores y haciendo allanamientos, pues la parte más dura del conflicto no está en la vereda del frente, donde la resistencia se mantiene en desbande, dividida y sin capacidad de reacción. Los candidatos que perdieron las elecciones están en silencio, el movimiento cívico ha perdido el norte y las plataformas ciudadanas se mantienen cuchicheando en las redes sociales, sin posibilidades de articular ningún movimiento que pueda ser amenazador para el nuevo régimen.
El verdadero conflicto se encuentra al interior del MAS. Para ellos debería ser preocupante el accionar de esos grupos que han estado tomando por asalto las instituciones públicas, exigiendo puestos de trabajo. El retorno de Evo Morales debía ser una fiesta para sus partidarios, sin duda alguna, pero se convirtió en una suerte de pulseada con los nuevos gobernantes, que envalentonó a ciertas figuras que se atrevieron a minimizar el triunfo y a afirmar que las cosas siguen igual que antes de octubre de 2019. Las acciones de la justicia, que sigue operando a favor de las viejas consignas, la posesión de hombres del entorno del cocalero en puestos clave y el malestar que se genera en organizaciones campesinas, que hablan de expulsiones y de purgas, forman parte de una agenda paralela que seguramente está generando agobio e impide gozar de la “luna de miel” que debería estar acompañando a Luis Arce.
¿Podrá el nuevo mandatario poner orden? ¿Podrá el MAS establecer una línea clara entre la corriente renovadora y aquellos que quieren “meterle nomás”? ¿Podrá evitar que la difícil convivencia interna interfiera en la gestión eficiente y austera que ha prometido Arce?
La estrategia que usó el MAS en el pasado para combatir las disidencias, los roces internos y las divisiones, fue el denominado “centralismo democrático”, cuyo requisito básico era la prohibición de alejarse del pensamiento único guiado por el vicepresidente García Linera, Juan Ramón Quintana y otros exponentes del esquema de persecución y judicialización que mantuvo firme al “proceso de cambio” durante 14 años. ¿A eso se refería el ex ministro Carlos Romero cuando dijo que Morales conservará la dirección política en Bolivia?
¿Podrá el nuevo mandatario poner orden? ¿Podrá el MAS establecer una línea clara entre la corriente renovadora y aquellos que quieren “meterle nomás”? ¿Podrá evitar que la difícil convivencia interna interfiera en la gestión eficiente y austera que ha prometido Arce?