Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 31 de mayo de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La preocupación literaria y ensayística sobre la identidad –y su relación con la postración social y económica del país— es tema antiguo y permanente en Bolivia, generalmente articulado en torno al indio. Históricamente, dos posiciones se expresaron repetitivamente: la denigración racista del indio y de su carácter, al estilo de Alcides Arguedas y la glorificación indigenista, a veces postiza y exagerada, a la manera de Franz Tamayo.
Henry Oporto evade esa dicotomía pero no la resuelve. Su reflexión es producto de un momento histórico peculiar: la del “proceso de cambio” con un “indígena” como presidente. Hasta hace poco era fácil teorizar sobre el indio, pero como elemento de paisaje: era parte del decorado, no actor en la tragicomedia boliviana. El acceso de Evo Morales al gobierno fue en gran parte respuesta a la expectativa criolla de lo que debería ser –en ese momento– el indio bueno.
El desempeño gubernamental del MAS ha desengañado ese romanticismo. De ahí que ahora es recurso cómodo, pero no conveniente, omitir lo indio como elemento necesario para pensar y diseñar el futuro.
Oporto incurre en ese desliz, asumiendo otro de los mitos bolivianos, el del mestizaje. Todos seríamos mestizos, aunque vergonzantes. Evo Morales sería un típico cholo y la emergencia indígena una pura invención identitaria.
El libro de Oporto es un “ensayo sobre el carácter nacional de los bolivianos”. Sin embargo, ¿puede haber características nacionales sin que exista la nación? En la década de los 80 la investigadora Marie-Danielle Demélas publicó un trabajo elocuentemente titulado ¿Nacionalismo sin nación? Bolivia, s. XIX-XX. En efecto, hasta ahora, en Bolivia, la nación es tarea pendiente. Lejos de constituir una sociedad integrada y funcional, Bolivia es un mayorazgo criollo.
El dislate plurinacional fue su creación intelectual, bajo el influjo de la academia y de instituciones posmodernas del “primer mundo”, dislate achacado ahora a los indígenas, tildados de falsos al no corresponder a la imagen de que ellos se hacían estos criollos.
El libro ¿Cómo somos?... es perspicaz cuando señala como indicios del malestar identitario nacional la aversión a la competencia, la renuencia a competir, el victimismo y la obsesión con el pasado.
Sin embargo, en los últimos años esas características parecen identificar el componente criollo de Bolivia, y de ninguna manera el indígena. El gobierno del MAS ha desencadenado en los sectores indígenas consecuencias insospechadas: lejos de refugiarse en un mítico pasado, se insertan en la técnica y las modalidades económicas contemporáneas, a veces de manera disparatada. El “capitalismo salvaje” agresivo y competitivo se constata no ya en las clases medias, sino en los cooperativistas mineros, comerciante pueblerinos y “emprendedores” indígenas, muchos en actividades “al margen de lo legal”.
El discurso victimista es ahora patrimonio del criollo, bajo amparo de las tendencias de moda en el mundo occidental, como el ambientalismo; mientras el indígena, en especial el andino, se exhibe afanoso y arremetedor.
Debemos cuestionarnos quiénes y cómo somos, para ello es interesante la lectura del libro de Henry Oporto. Pero sobre todo debemos replantear juicios establecido sobre la identidad. Si la identidad nacional es producto histórico, ello implica la soberanía, la capacidad de decidir sobre su destino.
Y si ahora el pueblo indígena empieza a tener soberanía, ésta –enderezada– puede ser el elemento integrador y constructor de la nacionalidad, tarea para la que el mundo criollo se muestra agotado, pesimista y decadente. Construir la nación con nuevos dinamizadores, desechando la ilusión “pluri” y el espectro de aniquilación de cualquiera de los componentes de nuestra realidad.