Choquehuanca afirmó el domingo que “todo está interrelacionado, nada está dividido. Por eso nos dicen que todos vayamos juntos y nadie se quede atrás. Que todos tengan todo y que a nadie le falte nada. El bienestar de todos es el bienestar de uno mismo, ayudar es motivo de crecer y ser feliz”.
Ese discurso no habló de justicia, a menos que sea igualitaria, y, aunque hizo referencia al pasado colonial, apuntó después que “(estamos) dando inicio a un nuevo amanecer (...), un nuevo sol y nueva historia en el lenguaje de la vida, donde la empatía por el otro o el bien colectivo sustituyen al individualismo egoísta, donde los bolivianos nos miramos todos igual y sabemos que unidos valemos más”.
Tan plena de contenido fue su alocución que las reacciones, particularmente en las redes sociales, fueron inmediatas y en algún modo tranquilizadoras. Muchos supusieron que aquella retórica inflamada de odio político, racial o regional sería superada por la sabiduría ancestral exhibida por el excanciller, a quien muchos agregaron, incluso, el “larama” (poseedor de los saberes ancestrales) a su nombre.
Pero mientras Choquehuanca exteriorizaba su cosmovisión de una Bolivia más equilibrada, grupos de militantes y simpatizantes del partido gobernante no tenían reparos en movilizarse, literalmente a sus espaldas, con el fin de reponer el estado de cosas vigente antes de la renuncia de Evo Morales.
Este lunes, grupos no identificados saquearon y destruyeron la sede de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) en La Paz. Se movilizaron al grito de “fuera pititas” y, por sus desmanes, provocaron la intervención de la Policía.
En una oficina pública, también ayer se presentó un puñado de personas que, según un video que circuló por las redes, exigieron la renuncia de los actuales funcionarios con un argumento similar: pertenecen al movimiento de las “pititas”, que derrocó a Morales en 2019.
Todo esto se desarrollaba en medio de la llegada del expresidente a Bolivia después de un año de su agitada salida, primero, rumbo a México y, finalmente, a Argentina. Entre las especulaciones previas a la asunción de Arce se habló mucho de si el arribo de Morales ayudaría o perjudicaría al nuevo gobierno. Este, a priori, se presentó con aires de renovación dentro del Movimiento Al Socialismo (MAS).
Apelando permanentemente a la idea del “golpe de Estado”, el exmandatario no abandona su discurso centrado en los ataques contra quienes propiciaron su abrupta partida al exterior. Y en esa misma línea se ha mostrado incluso el propio Arce, aunque se muestre él más preocupado en cómo sacará al país de la crisis económica en curso.
Hay señales contradictorias en las nuevas autoridades que el propio gobierno tendrá que pasar en limpio. Por un lado, mensajes alentadores como los de Choquehuanca o el que dio ayer la ministra de la Presidencia, María Nela Prada, pero, por otro, aquellos que recuperan los viejos rencores y que solo conducen al recrudecimiento del desencuentro que tiene distanciados a buena parte de los bolivianos.
Como agua fresca sonaron las palabras del vicepresidente en son de alegoría cuando habló del equilibrio entre el ala derecha y el ala izquierda de un cóndor.
Pero, casi al mismo tiempo que se conocen los nombres de ministros para un gabinete político, como todos, pero con un fuerte componente técnico y renovador, resurgen los discursos destemplados, que no contribuyen a reconciliar al país, sino a todo lo contrario.
Medio: Correo del Sur
Fecha de la publicación: miércoles 11 de noviembre de 2020
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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El domingo, el discurso de David Choquehuanca Céspedes creó una sensación de esperanza que se manifestó como tal no solo en las redes sociales, sino también en los medios de comunicación.
El flamante vicepresidente dedicó su primera intervención a ofrecer esas señales y mensajes que gran parte del país necesitaba oír en procura de cerrar las heridas y atenuar los temores que la alta polarización social y los años de racialización de la política han dejado en Bolivia.
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