Medio: El Día
Fecha de la publicación: martes 10 de noviembre de 2020
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Cómo no emocionarse con esas hermosas palabras de David Choquehuanca, que ha repetido hasta el cansancio la palabra equilibrio, que ha hablado de complementación, de respeto, de tolerancia y de pluralidad. Al día siguiente, la nueva ministra de la Presidencia, la joven Marianela Prada ha abundado aún más en esos conceptos y todo indica que se trata de una línea discursiva en la que insistirá el nuevo gobierno con el objetivo de superar el trauma de los 14 años de odio que sembró Evo Morales y que tuvieron su corolario en los últimos once meses, en los que el enfrentamiento entre bolivianos transitó por cornisas muy peligrosas.
Afortunadamente nuestra memoria no es tan frágil como la de los aficionados al fútbol y nuestra mirada a la política no transita por la ruta del fanatismo, sino todo lo contrario, como debería ser, como debería suceder entre los ciudadanos que le dan demasiada importancia a lo que hacen los gobernantes, les exigen demasiado, esperan todo de ellos y de esa manera les conceden un poder excesivo, cuando la clave del progreso está precisamente en lograr estados más chicos, gobernantes más limitados y la menor cantidad de leyes posibles, todo lo contrario a lo que sucede en Bolivia y mucho más bajo un régimen socialista.
Las palabras de Choquehuanca las conocemos muy bien, las escuchamos hasta el hartazgo e incluso están en la Constitución y en todas las leyes, cientos y miles de ellas que se aprobaron entre 2006 y 2019. No vale la pena recordar qué pasó con todos esos discursos, esas buenas intenciones y toda esa letra muerta, pero conviene aprender, porque esto no es un juego, como el fútbol, es la vida de 11 millones de bolivianos, cuyo destino no se construye con palabras, sino con hechos.
Para ganar y triunfar, nuestra política no necesita milagros, tampoco contratar un Messi o un Ronaldo, meterlos en el gabinete y esperar que los goles salgan solos. El presidente ha prometido austeridad y con cumplir eso, abandonar el escandaloso despilfarro del pasado y destinar recursos a otras urgencias, habremos ganado una gran batalla.
Si se quiere derrotar una crisis como la que describe Luis Arce y que compara reiteradamente con los oscuros años de la UDP, no se puede insistir en una receta populista y menos socialista. Eso sería fatal y nos mandaría a una situación como la de Venezuela en el corto plazo. En este caso, la salida es muy simple y consiste en dejar que el sector privado sea el que meta los goles, goles que beneficiarán a todos, especialmente al gobierno.
No vale la pena recordar qué pasó con todos esos discursos, esas buenas intenciones y toda esa letra muerta, pero conviene aprender, porque esto no es un juego, como el fútbol, es la vida de 11 millones de bolivianos, cuyo destino no se construye con palabras, sino con hechos.