Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 08 de noviembre de 2020
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Arce enfrentará desafíos que Morales no tuvo y que harán su régimen más dificultoso. Uno de los más importantes será la economía. De haber sido el ministro de la bonanza (e incluso del despilfarro), ahora será el Presidente de la crisis. Arce llevó adelante inversiones estatales de grandes dimensiones, que implicaron el gasto de alrededor de 3.000 millones de dólares, entre fábricas de azúcar y urea que actualmente no funcionan, o edificios como el Parlamento de Unasur que se usan para hacer bautizos. Por otro lado, el nuevo gobierno asumirá el mando presidencial con un sector de hidrocarburos en su peor momento desde la nacionalización en 2006, debido a que la mayor parte de las plantas que se construyeron son ociosas, las reservas y la producción de carburantes están en caída y no se tienen inversiones petroleras.
Otra de las características que será diferente es la concentración de poder. En los 14 años de gobierno del MAS, Morales era el jefe supremo, quien decidía el rumbo del país. Tenía como apoyo principal a Álvaro García Linera y a Juan Ramón Quintana, y básicamente ellos tres tomaban las decisiones estratégicas. Ahora podríamos imaginarnos una situación distinta, con el futuro Presidente intentado marcar su propio rumbo en medio de enormes presiones tanto de los múltiples sectores de su entorno, como del propio Evo Morales, que cada día deja claro que él no será un testigo más de su gestión, sino un actor determinante de la misma. Es posible que el poder real lo tenga el expresidente y que Arce deba bailar al ritmo de éste, y ello generará dificultades.
Otro asunto de enorme importancia para el presidente Arce será encarar una nueva y profunda reforma de la justicia. Éste será un reto de gran magnitud para su administración (si acaso la encara), pues –además de una modificación constitucional que lo permita- supondrá barrer lo hecho por el anterior régimen del MAS y emprender un proceso que, cómo el mismo Arce lo ha sugerido, deberá recuperar el concepto de la meritrocracia en la elección de los operadores de justicia; la remoción de las actuales autoridades y la recuperación plena de la independencia del poder.
Por otro lado, un gran desafío tendrá que ser la paz social y, ojalá, la reconciliación nacional. Aunque el triunfo electoral del MAS haya sido contundente, los hechos demuestran una marcada hostilidad en las ciudades principales contra el MAS. En la mayoría de ellas el partido de Morales no pudo ganar contra sus adversarios Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho. Éste sigue siendo un país dividido, con un 55% de respaldo a favor del MAS y un 45% que lo rechaza.
Santa Cruz es un caso aparte: allí el rechazo al MAS alcanza los dos tercios y ese departamento, como se sabe, es el motor económico del país. Es muy probable que Santa Cruz se convierta en una fuente de conflicto e inestabilidad para la administración que está a punto de empezar.
Por tanto, la tarea de encontrar puentes de encuentro en vez de puntos de divergencia entre diversos sectores, respetar a las minorías y mostrar un espíritu de tolerancia y unidad, será fundamental para que el próximo gobierno pueda transitar caminos de paz social y reencuentro. La gobernabilidad no sólo radica en la Asamblea –donde se ha sentado el pésimo precedente de cambiar las reglas de la deliberación para eludir la necesidad de los dos tercios-, sino también en las calles y en las ciudades, donde grupos radicales convocan a otros ciudadanos para crear zozobra e inestabilidad. Luis Arce es desde ahora el presidente de todos los bolivianos, sus adherentes y los que no lo son, nada mejor que empezar a recorrer este camino con sabiduría; una sabiduría que, además, le hará falta para encarar todos los desafíos descritos.