No es la primera vez que sucede en la historia de Bolivia y, como es fácil suponer, tiene que ver con los delfines. Y no se trata del cetáceo, no. El uso de delfín, en ciencias políticas, se origina con el título nobiliario de “dauphin de Viennois”, o delfín de Francia, que era el que usaba el primogénito legítimo del rey de ese país que, por esa condición, era el siguiente en el orden de sucesión. Por eso mismo, la Real Academia Española define a delfín como “sucesor, designado o probable, de una personalidad importante, especialmente de un político”.
Para muchos medios internacionales, Luis Arce es “el delfín de Evo Morales” y, desde luego, eso no tiene que ver con primogenituras. Es una directa alusión al uso que los políticos le dieron a la sucesión presidencial. En el caso de Bolivia, son ilustrativos los casos de Jorge Córdova y Juan Pereda.
Córdova, que era yerno del entonces presidente Manuel Isidoro Belzu, fue el candidato oficialista en las elecciones de 1855 y ganó con el 67,9 por ciento. Los candidatos perdedores, José María Linares (29,8 %) y Celedonio Ávila (2,1 %) denunciaron que, por el inaudito caudal de votos logrado, el delfín de Belzu ganó con fraude.
Pereda fue el delfín de Hugo Banzer Suárez cuando, presionado por huelgas y ayunos voluntarios, el dictador convocó a elecciones, en 1978. Ganó el candidato oficialista con el 50,88 por ciento pero los candidatos perdedores, Hernán Siles Suazo (25,01 %) y Víctor Paz Estenssoro (11,03%) denunciaron fraude electoral por una razón elemental: en el recuento aparecieron más votos que votantes. Las elecciones fueron anuladas y Pereda, desesperado al ver que la presidencia se le iba de las manos, dio un golpe de Estado, uno verdadero y no propagandizado, pero apenas alcanzó a gobernar tres meses porque fue derrocado por otro golpe, uno verdadero y no propagandizado.
Cuando Córdova y Pereda asumieron el mando de la nación, la pregunta que se hacían los bolivianos era similar a la que pulula ahora: ¿quién gobernará realmente? En el caso de Córdova, este tenía tanta conciencia de la influencia de su suegro que lo nombró embajador en Europa así que este dejó Bolivia. Por la brevedad de su mandato, es difícil determinar cuánta influencia tuvo Banzer en la administración de Pereda pero esta fue una de las razones esgrimidas por los militares que respaldaron el golpe de Padilla.
Como la historia da vueltas, Arce asume hoy la presidencia de Bolivia en circunstancias que, salvadas las obvias diferencias, se parecen a las de anteriores delfines. El común denominador es la acusación de fraude. Pero hay una diferencia fundamental: en estricto sentido jurídico, Luis Arce no fue candidato oficialista, sino opositor. La persona de la que se considera su delfín, Evo Morales, es un expresidente que había huido del país, así que se encontraba en el exterior cuando se realizó las elecciones. Ergo, Morales no se irá de embajador a ningún lado sino que, por el contrario, volverá al país. Y lo hará en medio de una bien elaborada parafernalia mediática.
Entonces, el día “D” ha llegado. A partir de hoy, sabremos, a medida que pasen los días, quién gobernará realmente el país. Desde luego, no lo sabremos precisamente este domingo, que estará dedicado a los festejos y anuncios, sino más adelante.
Los primeros síntomas serán las designaciones de ministros e, inmediatamente, sus primeras medidas de gobierno.
Es probable que la supuesta influencia de Evo no se advierta en los primeros días, sino más adelante, tal vez meses adelante, pero la personalidad de Morales no podrá ser totalmente contenida y en algún momento hará sentir su influencia.
Por eso, la incógnita de este día podría prolongarse por años.