Medio: Correo del Sur
Fecha de la publicación: lunes 28 de mayo de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Venezolanos de distintos sectores invitan a bolivianos a mirar a su país como un espejo, cuando comparan lo que está pasando en su patria y el rumbo que toma la política de la administración de Evo Morales en Bolivia.
Muchos migrantes del país caribeño están en distintas ciudades de Bolivia porque la situación económica y política de su país los obligó. Se los encuentra a veces vendiendo arepas o ejerciendo sus profesiones.
Advierten muchas similitudes en los modelos políticos y en el control de todos los órganos del Estado.
Podría tratarse de opiniones aisladas, pero hay elementos que corroboran esas reflexiones. Entre los positivos, por ejemplo, es innegable que evismo y chavismo lograron que por primera vez en la historia de ambos países los sectores marginales tuvieran acceso a beneficios, como la vivienda. Lograron también la reducción de los indicadores de pobreza, abandono escolar y algunos otros. Donde empieza el cuestionamiento es que ambos ganaron elecciones consecutivas, pero perdieron referendos que buscaban perpetuar a sus líderes en la presidencia. De igual manera, ambos han judicializado la política para aplastar la debilitada oposición.
Y, aquí como en cualquier parte, el poder tiende a corromper a quienes lo ejercen –hasta al más virtuoso, como lo dijo Blas Pascal–. Y con mayor gravedad y soltura cuanto más largo es ese ejercicio. La pérdida de la confianza ciudadana en sus gobernantes y en el sistema que los legitimó es el resultado inevitable de esa dinámica. Es más, el prolongado ejercicio del poder –como es el caso y la pretensión del chavismo y del evismo– debilita las instituciones democráticas y tiende a conducir a una especie de totalitarismo.
Es de esperar que nuestros gobernantes tengan el coraje de la autocrítica y el retorno a la honestidad intelectual y de convicciones que se les podía atribuir hace una docena de años.
Es de esperar que nuestros gobernantes tengan el coraje de la autocrítica y el retorno a la honestidad intelectual y de convicciones que se les podía atribuir hace una docena de años