Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 21 de octubre de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
De manera más inocente, un grupo de amigos (as), chatean por WhatsApp, una de ellas lanza: “No entiendo dónde está el 51% que votó por el MAS, he preguntado a todos en mi familia y en el trabajo, y todos votaron por Mesa”. He ahí el efecto “algoritmo”, el pensar que todo se reduce al círculo de los 50, 100 contactos con los que se interactúa.
Pero el “algoritmo”, como todo instrumento técnico, no hace más que expresar mecanismos sociales y por eso, en un país como Bolivia, donde el uso de internet es limitado, ese “efecto”, el creer que la realidad se reduce a nuestro círculo de movilización social, se expresa a través de muchas otras herramientas de relacionamiento; el “pasanaku”, la “fraternidad”, “la comparsa”, el grupo, la camarilla, la logia, etcétera, todos pequeños microcosmos en los que muchos de sus miembros creen que se acaba el universo completo.
Sin embargo, creo que, en el caso de Bolivia, esa “característica” en nuestra capacidad de relacionamiento se agrava de manera superlativa, porque hace mucho tiempo que los actores políticos, por lo menos la gran mayoría, renunciaron al intento de entender al país de manera seria.
Creo que fue durante la democracia pactada que los “programas” de los partidos (luego llamados “proyectos”, etcétera), cayeron en el olvido. Tenían cierto olorcillo a esa palabra desprestigiada luego de la caída del muro: “ideología”. De repente se puso en boga “el marketing político”, y la idea de que aplicando algunas herramientas (encuestas, grupos focales) y sabiendo interpretar lo que quería el elector, se ganaba cualquier elección. Y la experiencia de Goni en 2002, reflejada en el documental Nuestra marca es la crisis, pareció confirmar la idea de que con el asesoramiento adecuado un político podía ganar en cualquier circunstancia (aunque unos meses después tuviera que salir escapando del país en helicóptero).
Se acabó la idea de que el partido político estudia al país, y que con base en ese conocimiento y las convicciones ideológicas que lo guían hace una propuesta, y que luego, en la acción diaria, une ese conocimiento a las inquietudes del ciudadano común, generando eso que algunos llaman “consciencia”.
Desde hace mucho tiempo que la “política” está entendida como otra cosa; la reunión para definir candidatos, repartirse “pegas”, hacer cálculos para la coyuntura inmediata. Sólo esa realidad explica el desempeño mediocre que los candidatos de la denominada “oposición” tuvieron en las elecciones, y también que los 10 meses del primer gobierno “no masista” en 14 años se hayan desperdiciado entre escandeteles de corrupción, repartos sistemáticos de pegas (uno de los gobiernos que más “rotación” tuvo en sus cargos significativos) y una inoperancia que seguramente será recordada en los libros de historia.
En los años 80 y 90, a los partidos “tradicionales” les sirvió tener una propuesta de visión de país que se resumía en el ideario democrático, pero tras 20 años de ejercicio ésta se agotó con los resultados conocidos. El MAS, en gran parte, gracias a las falencias de sus rivales, ha podido resurgir basado en la agenda de octubre (inclusión social, nacionalización de los recursos estratégicos, etcétera), pero si no entiende que ésta también está cumpliendo su ciclo y que necesita renovarla, añadiendo nuevos elementos que lo reconcilien en la sociedad en su conjunto, una vez más correrá el peligro de estrellarse contra la pared.
De una u otra manera los “algoritmos” a los que nos referimos han existido siempre, pero la diferencia está en que antes existían agrupaciones políticas que por lo menos intentaban hacer una interpelación a la sociedad. Bueno, los próximos años nos dirán si podemos remontar esta limitante ahora estructural o si, por el contrario, seguiremos para abajo de tumbo en tumbo.