Medio: La Razón
Fecha de la publicación: jueves 15 de octubre de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
La recta final de las campañas muestra una desesperación por acentuar las proyecciones electorales contra el Movimiento Al Socialismo (MAS). Desde Jeanine Áñez, que mientras fue candidata había volcado sus ataques, hasta Arturo Murillo, que se había desgañitado contra él, el Gobierno se juega por la candidatura de Carlos Mesa.
La política es impredecible: un día naces con su apoyo, otro día apuntas todos tus dardos contra quien te dio vida y, finalmente, te decantas por él. Un día la consideras “absolutamente legal”, otro día crees que con su candidatura convalida la tesis del golpe de Estado y, finalmente, no te sonrojas con su apoyo. Todo, con tal de que el MAS no gane ni vuelva Evo Morales.
No hay discordias ni ideologías que valgan, el objetivo es la derrota del MAS.
Sin embargo, al frente tienen a un partido, si bien disminuido por el caudillismo y la soberbia de su líder histórico y por los graves errores políticos, todavía con gran arraigo en grandes mayorías sociales.
A esa masa electoral deben ganarle, esa masa que ha encontrado en el MAS su mejor opción después de décadas de ejercicio electoral con otras fuerzas políticas que no la contentaron. Y es demasiado discriminatorio llamar a esa inmensa fuerza electoral —que no ha mermado con tantos ataques raciales y políticos— “delincuencial”, “terrorista”, “corrupta”, “salvaje”, “ignorante” (en esto último se explayó un periodista que rozó el masismo en el inicio de su periodo largo en el poder) y otros epítetos degradantes.
Allá los jerarcas masistas que devaluaron ese capital político construido en años de luchas, que todavía sostiene al MAS en circunstancias difíciles: con su gobierno despojado de cuajo, sin interlocución ni defensa solvente y desguarnecido ante la irrupción de fuerzas que habían estado esperando agazapados, mientras pasaban “los 14 años”.
Con tanta y sostenida descalificación en los últimos meses, esa masa social ha estado firme en sus convicciones. Quizás es “voto duro” del MAS, ese 30% que dice sin titubear en las encuestas que va a votar por el nuevo candidato, a la espera de que se sume a ella otro porcentaje que en las mismas encuestas se esconde diciendo no sabe, no responde.
Para las elecciones del domingo, son ellos contra el mundo. Y el mundo es ahora Juntos y revueltos; los otros frentes políticos sin una organización estructural capaz de mantenerse después de los comicios.
Ahí aparece Manfred Reyes Villa sumándose a la presión contra Luis Fernando Camacho, tercero en las encuestas, y el escollo para una mejor proyección de Carlos Mesa. La declinatoria de Áñez, que disimuló su apoyo a quien lapidó con una serie de calificativos (tibio, de poco coraje o cómplice del masismo), y de Jorge Quiroga persiguieron ese mismo fin. La salida de ADN sin la consideración de su candidata, también.
Y Camacho es quien les hizo la tarea dura (iba a decir otra palabra): pagó a los militares (ahí se entiende la sugerencia de William Kaliman), invocó a las Fuerzas Armadas, movilizó a la Policía amotinada, internó la Biblia al Palacio Quemado, arropó a Áñez… Ahora es quien debe hacer de nuevo el sacrificio, y personal, porque con tanta presión va a tener que resignar sus aspiraciones políticas a corto plazo.
Faltan cuatro días para las elecciones. La desesperación tiene temporizador, y Camacho es su salvación. Pero como éste ya probó las mieles del poder territorial en Santa Cruz, va a tener que sopesar su salida. No querrá ser una escalera, pero va a ser el blanco de todos los dardos cuando al mundo le vaya mal a quienes quieren su declinatoria de manera desesperada.