El debate presidencial, que significa poner frente a frente a los aspirantes a la más alta magistratura del Estado, ha adquirido tanta importancia que en otros países forma parte de las actividades programadas por los organismos rectores de las elecciones. Algunas naciones, como Estados Unidos, los han convertido en toda una tradición democrática.
La importancia de estos debates radica en la neutralidad; es decir, que se realicen sin ningún tipo de influencia por parte de las organizaciones políticas que participan en la contienda electoral. Si nos referimos al de Estados Unidos, estos están a cargo de una comisión que se esfuerza por mantener distancia de los partidos demócrata y republicano.
La neutralidad es necesaria, imprescindible, por un elemento todavía más importante: la credibilidad. En el ejemplo que tomamos, ¿cómo se confiaría de la neutralidad de un debate en el que el organizador sería el Partido Demócrata o bien se puede advertir una clara influencia del Partido Republicano? Como se evita, o minimiza, la injerencia partidaria, el votante tiene la tranquilidad de poder apreciar una confrontación de ideas, o de verbas, que no se inclina hacia ninguna candidatura.
Por eso es que no se puede afirmar que los debates de este fin de semana han recuperado ese instrumento de medición ciudadana. Los antecedentes, y la realización del primero de ellos, conducen más a pensar que hubo, y hay, influencia partidaria que no permite calificar a estos encuentros de candidatos como equitativos.
El primer parámetro para esa afirmación es la conducta del candidato Luis Arce, quien, hasta el momento de escribir este editorial, todavía no había confirmado su asistencia al debate de este domingo. Su excusa es que había sido previamente invitado a una entrevista con una red televisiva que, mediante comunicado público, hizo conocer su predisposición a cambiar el horario programado.
También hasta ayer, las críticas menudeaban y el argumento más usado era que Arce reproducía la conducta de Evo Morales quien, tras haber salido mal parado de un debate realizado en 2002, dejó de asistir a toda invitación en ese sentido. Su excusa de “debatir con el pueblo” solo agravaba la impresión de que tenía miedo por una sencilla razón: no está adecuadamente preparado para participar en un evento público de esa naturaleza. No domina el idioma y le cuesta hilvanar discursos coherentes.
Pero Arce tiene un perfil diferente al de Morales porque es profesional y con una envidiable hoja de vida. Se le considera más técnico que político y responsable de la estabilidad económica de la que gozó la administración masista gracias a los precios favorables de los minerales y del gas. ¿Por qué no debatir, entonces? Pues por la razón no confesada de que el debate de este domingo es proclive a Carlos Mesa y, por tanto, podría dejarlo mal parado.
Por ello, sí asistió al debate de anoche que, a su vez, tiene sobre su set televisivo la sospecha de que era proclive al MAS, no solo por la intervención de ATB, comprada por el masismo de la forma en que fue denunciada, sino también por la esencia de sus organizadores, la Federación de Asociaciones de Municipalidades (FAM), presidida por Álvaro Ruiz, el alcalde Uriondo elegido en las filas del MAS y la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) que sigue dirigiendo el masista Max Mendoza.
Entonces, los bolivianos no tenemos un debate, sino dos. Sobre ambos pesan sospechas, así que no se puede hablar de neutralidad. No aprendimos la lección y seguimos viendo al instrumento del debate como una forma de llevar agua a nuestro molino.