Medio: El País
Fecha de la publicación: viernes 18 de mayo de 2018
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Departamental
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Tarija se alista para cumplir los diez años de la conquista autonómica, una batalla que tuvo mucho de estrategia política y de reacción ante el quiebre de un sistema corrupto y viciado que quebró en 2003, pero que también tuvo mucho de respuesta a una situación de olvido crónico de las regiones en favor de una élite capitalina que asfixiaba el desarrollo. El simple dato de que hasta 2005 no se eligió Prefecto de forma democrática es de por sí revelador.
Tarija ha jugado un rol esencial en la configuración del Estado Autonómico sacramentado en la Constitución Política del Estado de 2009. Un rol sin embargo que va mucho más allá de Mario Cossío y su círculo del momento, que efectivamente libraron la batalla final y en cierto modo, pagan las consecuencias, sino que es un rol de matriz fundacional, La insurgencia y la necesidad de autodeterminación es una característica propia de Tarija, cuyo reconocimiento siempre ha sido ahogado por el poder central del Estado. Tarija fue clave en la independencia, en la configuración del Estado Nación de 1825, en la guerra Federal y sufrió como nadie la Guerra del Chaco. Pero este editorial no va de esto sino del periodo más cercano.
En la convulsa primera década de este siglo, Tarija apareció rica. Siempre hubo petróleo, pero la nueva era del gas y la dimensión de los yacimientos encontrados por YPFB auguraban un porvenir dorado. En el siglo XXI también se han expandido las comunicaciones, la expansión de derechos, el autoconocimiento, etc y en lo concreto, el Chaco ha dejado de ser una apéndice capitalina de mucho potencial. Los relatos de los hidrocarburos y los equilibrios de la autonomía permitieron a sus políticos, que para eso están, impulsar una línea propia dentro del conflicto nacional. En el río revuelto, con Wilman Cardozo como diputado y Mario Cossío en la cúspide del poder emenerrista, nació la Ley 3038 que blinda el 45 por ciento de transferencia directa que llevaba décadas en discusión en el territorio departamental.
En ese mismo río y con un Mario Cossío sediento de poder y ambición, Tarija pilotó el proceso autonómico, visto en retrospectiva, con más legitimidad y solvencia que Santa Cruz. Entre sus fortalezas, obviamente, estaban las válvulas del Chaco, madre de los principales ingresos del país exportador que éramos y aun somos. Las “concesiones” para que el Chaco se sumara al proceso, que ya para entonces recibía decenas de migrantes al día, fueron grandes. El Estatuto Regional y sus actuales niveles de autonomía son fruto del consenso que llevó a abandonar, entre otras cosas, el reclamo del décimo departamento y otras iniciativas libre asociadas.
Diez años después, todavía cierta aristocracia placera no ha logrado asumir el encaje de la Autonomía Departamental y la Autonomía Regional, de Tarija en el Chaco y del Chaco en Tarija y aprovechan cualquier oportunidad para tensar la cuerda y procurar ganar algunos puñados de votos. Nada tiene que ver ese debate con el que inminentemente se abrirá con la redistribución de regalías en función de la producción.
La argumentación de que el Chaco no participe de las elecciones ni las instituciones del Gobierno Autónomo Departamental es simplemente inaceptable desde todos los puntos de vista y no solo porque cada cual debería hacerse responsable de sus herencias.
Aquellos que son incapaces de dialogar ni encontrar un solo socio en el Chaco que les permita al menos sumar algún voto en las próximas elecciones en la segunda provincia más poblada no tienen la capacidad de gobernar esta tierra. Su incapacidad no debería poner en riesgo los pilares fundamentales ni la unidad departamental.
En un momento en el que el mundo derriba fronteras y se alinea en bloques cada vez más grandes para hacer frente a las grandes injusticias del capital, es tiempo de superar esos debates provincianos de celos y envidias que no conducen a ningún lugar y concentrarse en lo común.