Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 08 de septiembre de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Como lo señaló el presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Salvador Romero: “El país tendrá una campaña electoral de características distintas a las que estábamos acostumbrados. Los candidatos deberán adoptar las medidas (sanitarias) dispuestas por cada municipio, adaptarse a las limitaciones y recomendaciones de las autoridades en salud”.
Romero tiene razón en lo que se refiere a las imposiciones de precaución necesarias para evitar los contagios de Covid-19. Pero nada más.
Nada más, pues los afanes por ganar los ansiados sufragios para lograr el mayor número posible de los 175 curules de la Asamblea Legislativa Plurinacional y las investiduras de presidente y vicepresidente del Estado responderán a las mismas características de siempre.
Como siempre, las campañas apelarán a las emociones, abundarán en promesas y priorizarán la descalificación del adversario llegando sin reparos hasta la “guerra sucia”, aplicando la estrategia típica de estos casos, como ya se evidenció antes de que se inicie el periodo autorizado de proselitismo.
La diferencia –impuesta en parte por la pandemia y en parte por la capacidad de penetración y la popularidad de las redes sociales– es que esta vez la interacción de los candidatos con el electorado y el bombardeo de lemas proselitistas será extraordinariamente intenso mediante los teléfonos celulares e Internet.
Pero es iluso esperar que las proclamaciones y otras manifestaciones masivas desaparezcan, como se pudo observar el domingo, cuando la mayoría de candidatos inauguraron sus campañas en actos que contaron con simpatizantes, aunque solo uno, el del MAS, llegó a extremos alarmantes, con miles de personas presentes, sin barbijos ni distanciamiento social.
La presencia real de simpatizantes y militantes –cuanto más, mejor– es un recurso esencial para ostentar el vigor de las candidaturas, disipar las dudas acerca de su fortaleza y afianzar la cohesión partidaria. Y eso es imposible por medios virtuales.
Esos medios servirían muy bien para difundir las propuestas de políticas de Estado, acopiar las inquietudes ciudadanas y generar debates enriquecedores. Pero ese propósito parece estar ausente de las campañas electorales.