Medio: La Patria
Fecha de la publicación: martes 15 de mayo de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Sin embargo, precisamente quienes se encuentran en esa corriente ideológica, utilizaron y quieren seguir utilizando la religión, especialmente la católica, en aras de sus mismos objetivos. Como lo recuerda el Profesor Alexander Tórres Mega, el discurso de la llamada "izquierda católica" se adecúa perfectamente a la acción psicopolítica del marxismo y contribuye muy eficazmente a sus propósitos.
En efecto, cubierto con un maquillaje de pretendida caridad y de solidaridad cristianas, viene a sumarse a la maniobra liberticida de estatización.
La deformación venenosa se agiganta cuando a esto se suma la peculiar interpretación de lo que se dio en llamar la "opción preferencial por los pobres", así, el odio de clases y el afán confiscatorio quedarían legitimados con una especie de barniz cristiano».
Cuando el muro de Berlín cayó en noviembre de 1989, se habló también de la «caída de las ideologías», y pareció que había venido a sustituirlas un pragmatismo político carente de ideales.
La política sin ideales se traduce inevitablemente en la búsqueda del poder por sí mismo, pues el poder no es otra cosa que la facultad de mover la realidad. No es bueno, ni malo; adquiere un sentido por la decisión de quien la usa. Es como el cuchillo, que no es bueno ni malo, ya que puede serme de utilidad práctica para cortar, como para atacar, herir o matar a una persona. No existe un poder que tenga de antemano un sentido. La intensidad en el uso del poder, no está relacionada con la legitimidad de su utilización. Es obvio, que será necesariamente diferente la intensidad el poder que debe ejercer el director de una cárcel, que el aplicado por la superiora de un convento. Lo determinante es el concepto que de la política y del poder posea el gobernante respectivo.
Se ha configurado el Estado moderno a partir del Renacimiento con poderes absolutos y totalitarios. Los horrores históricos modernos son el resultado de doctrinas falsas, desarrolladas especialmente por Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Juan Fichte y Hegel, este último llevó al extremo el absolutismo totalitario del estado, y con una fundamentación filosófica más amplia y coherente, viene a identificar al Estado con Dios:
«El ingreso de Dios en el mundo es el Estado» (Filosofía del Derecho, apéndice). El Estado es un «Dios en el mundo», es decir, un Dios inmanente a la realidad social política. «Todo lo que el hombre es lo debe al Estado, y solamente en el Estado tiene su esencia. Todo valor, toda realidad espiritual la tiene el hombre solamente por medio del Estado». El Estado, pues, considerado como algo divino «debe» sujetar a él todas las realidades de la nación y de cada persona.
Aldous Huxley, en su obra «Un mundo feliz» como George Orwerll en su novela «1984», alertan contra los estados totalitarios, comunistas, socialistas, liberales, dictatoriales.
El totalitarismo actual, se sustenta en el mito de la soberanía del pueblo. Afirma Pío XII en su Radiomensaje de Navidad de 1944: «Pueblo y multitud amorfa o, como se suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes. 1.- El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino desde fuera.
2.- El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales -en su propio puesto y a su manera,- es una persona consciente de sus propias responsabilidades y convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en las manos de cualquiera que sepa manejar sus instintos o sus impresiones, pronta para seguir alternadamente hoy esta bandera, mañana aquella otra.
En contraste con este cuadro del ideal democrático de libertad e igualdad en un pueblo gobernado por manos honradas y previsoras, ¡qué espectáculo ofrece un Estado democrático abandonado al arbitrio de la masa! La libertad, en cuanto deber moral de la persona, se transforma en una pretensión tiránica de dar libre desahogo a los impulsos y a los apetitos humanos, con perjuicio de los demás. La igualdad degenera en una nivelación mecánica, en una uniformidad monocroma; el sentimiento del verdadero honor, la actividad personal, el respeto a la tradición, la dignidad, en una palabra, todo aquello que da a la vida su valor, poco a poco se hunde y desaparece. Solamente sobreviven, por una parte, las víctimas engañadas por la llamativa fascinación de la democracia, confundida ingenuamente con el propio espíritu de la democracia, con la libertad y la igualdad; y, por otra parte, los explotadores más o menos numerosos que han sabido, mediante la fuerza del dinero o de la organización, asegurarse sobre los demás una posición privilegiada o el propio poder.»
Consecuentemente las religiones, y en especial la Católica, son las instituciones más satanizadas por los totalitarismos en boga, «porque son consideradas como enemigas del pensamiento único de los derechos». Eugenia Rocella y Lucetta Scaraffia, en el libro «Contra el Cristianismo. La ONU y la Unión Europea como nueva ideología», afirman contundentemente: «En particular la Iglesia Católica es considerada "enemiga principal", ya que es una de las instituciones que con mayor claridad se rebela contra "la religión de los derechos"».
El Papa Pío XII, en la encíclica «Benignitas et Humanitas» (N° 14), especificaba los derechos del ciudadano que caracterizan una auténtica democracia:
a) Manifestar su propio parecer sobre los deberes y los sacrificios que le son impuestos.
b) No estar obligado a obedecer sin haber sido escuchado.