Medio: Opinión
Fecha de la publicación: lunes 20 de noviembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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TEXTUAL
Participa y decide
En el mundo actual en el que vivimos, la democracia se forja y
sostiene mediante mecanismos lectorales, entre ellos el voto. De ahí que
el acto de sufragar esté contemplado en los ordenamientos
constitucionales, incluyendo a aquellos estados remedos de democracia,
que ven en las consulta una especie de tinte encubridor de la voluntad
del tirano.
Sufragar, en democracia, es una forma de manifestar
la confianza o el rechazo a una postulación, cualquiera sea esta,
rechazo o adhesión que, como todos los actos de la vida humana, se han
adecuado a métodos, prácticas y posibilidades acordes a la tecnología.
Sea cual sea el método elegido, la finalidad no es otra que la del
ejercicio de un derecho político –en el caso nuestro conlleva una
obligación-, y que tal sea menos gravoso, tedioso y antipático.
A
las alturas de los tiempos, simplemente es quimérico suponer que las
comunidades humanas diriman por consenso decisiones de trascendencia.
Buscar homogeneidad en las manifestaciones conlleva el anquilosamiento
social, siendo más saludable una confrontación de ideas. La
heterogeneidad de posicionamientos demuestra más bien desarrollo y
madurez, siempre y cuando estas no sean pendulares.
Un otro
aspecto íntimamente vinculado a la manifestación material de la
decisión, guarda relación con la convicción íntima de quien emite su
voto, el cual no puede ser motivo de coacción alguna, caso que significa
adentrarse en los meandros de la libertad personal, sus motivaciones,
convicciones, preferencias. Ese ámbito de libertad individual le está
absolutamente vedado al Estado y sus organismos, puesto que al ser
humano no se lo administra.
Pensar que el voto ciudadano deba ser
instrumentado, limitado, encausado o encasillado en ciertos cánones es
una forma, las más censurable, de vulnerar el derecho a la libertad de
elección y, consecuentemente, el sistema democrático.
Mal hacen
todos quienes condenan la posibilidad de que el ciudadano encuadre su
voto a una sola forma de expresión, pésima la intención de censurar la
opinión contraria a la versión oficial, preocupante la manera y los
despilfarros de dineros del arca pública para exigir la participación y
decisión de la ciudadanía. A través de mensaje subliminales, pretenden
encuadrar una única forma de expresarse en las urnas. La Ley del Régimen
Electoral, en su numeral 161, establece con la máxima claridad que
tanto el voto nulo como el blanco son admitidos en todo proceso
electoral, conjuntamente con el voto que se denomina, imprecisamente,
como válido. Votar en blanco tiene muchas significaciones de desinterés,
desconfianza. En cambio, el voto nulo tiene una connotación mucho más
trascendente. Es un voto, al mismo tiempo que comprometido y militante,
demostrativo de participación con repudio, y exige dejar sin efecto,
“anular”, invalidar la iniciativa puesta a consideración. Se trata de un
voto inconformista y retador del sistema. Votar nulo es rechazar, en
este caso, la conformación de un órgano del Estado en estado putrefacto y
cadavérico, situación que no solo ha sido percibida por las víctimas,
sino por quienes idearon e incluyeron el voto para ello en la actual
CPE.