Se vive en un tiempo en que los hechos producidos en una circunstancia, determinan cambios hasta de lo más serio, fijo y definitivo. Esto es lo que ocurriría si es que las condiciones reinantes en el país lo permiten: si no hay avances de la pandemia (ojalá no los haya) no habría mayor obstáculo; pero si ocurre lo contrario y el país se ve enfrentado a un recrudecimiento del virus, no habría otro recurso que optar por cualquiera de los caminos: postergar hasta fecha más lejana o hacerlo indefinidamente porque en todo caso más importará siempre la salud y vida de la población que el proceso de elecciones que bien puede realizarse en cualquier tiempo sin peligro alguno.

Hace algunos días, el Presidente del Tribunal Supremo Electoral dijo que el l8 de octubre fue fijado definitivamente y que nada podría cambiarlo, que se trata de una “fecha inamovible”. Lo cierto es que no se puede asegurar nada conforme enseña la experiencia porque el Covid-19 cambió procedimientos en forma menos pensada y nada pudo cambiarlo; tal vez el único cambio que se produjo fue la adopción de medidas de seguridad que se instruyó a la población para que evite los contagios: uso de barbijos, lavado de manos, evitar contactos personales manteniendo las distancias debidas, no organizar ni asistir a reuniones, fiestas, seminarios, etc. donde forzosamente tenga que haber multitudes o que pasen de las ocho o diez personas y, por supuesto, medidas preventivas a ser adoptadas en todos los hogares.

Innegablemente, partidos políticos y candidatos, conjuntamente dirigentes cobistas, dirán que “no importa, deben realizarse las elecciones”. Claro, es muy claro que para ellos no importa la salud y vida de las personas, nada o poco interesa que los contagios y muertes aumenten y que el dolor se apodere de más población que la que actualmente sufre la pérdida de sus seres queridos; nada o poco importa que la población se vea sometida indefinidamente a cuarentenas cada vez más rígidas y que con la multiplicidad de problemas se agrave mucho la mala situación económico-financiera del país. Nada importa, y sí los intereses y conveniencias de partidos políticos, de candidatos y hasta seguramente de quienes los propician o subvencionan.

¿Se ha preguntado el TSE qué ocurriría si se desencadena con mayor gravedad el virus? ¿Jóvenes recién inscritos podrían optar por su salud y vida y no asistir a la votación? ¿Ancianos que votaron en octubre pasado pero que ahora, con un año más de vida, decidirían no votar? ¿Y si la población temerosa de que recrudezca la pandemia decide no votar? ¿Asistirán a sus mesas como vocales electorales los titulares y sus reemplazantes o preferirán pagar multas y no concurrir? ¿Cuántos ciudadanos, al ver aglomeración en los recintos, decidirán no votar?

Estas y otras consideraciones podrían determinar que estas elecciones cuenten con poco electorado. ¿Qué medidas serán tomadas en ese caso y cómo se convencerá a los obstinados para no llevar a cabo las elecciones en fecha incambiable? Se verá claramente que, en todo caso, lo que importa y en grado extremo es la salud y vida de las personas --incluidos los candidatos-- antes que un proceso político que, si bien se entiende, es necesario pero no imprescindible. Las declaraciones con afirmaciones precipitadas no son convenientes; es siempre bueno y prudente tener tino, prudencia y calma.