Medio: El Deber
Fecha de la publicación: sábado 22 de agosto de 2020
Categoría: Conflictos sociales
Subcategoría: Problemas de gobernabilidad
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El discurso de Quispe de tufo genocida, autoritario, separatista y racista no es nada reciente ni sorprendente. A fines de los años ochenta, apareció el texto intitulado Tupak Katari. Guerra revolucionaria de ayllus 1781-1783 ¡Vuelve… carajo! (Ediciones Ofensiva Roja, s.f.), que lleva la firma de Felipe Qhispi Wanka. Supongo que escribió de esa manera sus apellidos para restaurar la “pureza” de la escritura aymara. En escritos posteriores dejó de utilizar esa impostura lingüística.
Según advierte Quispe, el libro fue escrito en “honor y homenaje al gran Apu Mallku Tupak Katari, héroe y mártir por la liberación de nuestras naciones aymaras y qhiswas y otras naciones autóctonas y originarias del antiguo Tawantinsuyo, cautivado y sojuzgado por el yugo arcaico español”. Para ese cometido, el autor tuvo que repasar la historia escrita de ese periodo, la cual es considerada por Quispe como una visión de “verdugos y asesinos”. Entre ellos figuran los nombres de Sebastián de Segurola, Francisco Tadeo Diez de Medina, entre otros; también enfatiza que revisó bibliografía contemporánea del tema. Estos escritos son catalogados por Quispe como meros “remanentes de los colonizadores e invasores españoles”. Pero hay más. Felipe Quispe manifiesta que para un aymara es sumamente difícil buscar documentos que ayuden a enfocar una visión clara y objetiva sobre la “Guerra Comunal Revolucionaria”. En tal sentido, el hecho de denostar las distintas miradas de la historia por no pertenecer a la noble estirpe aymara denota el carácter sectario del autor. Pero el asunto va más allá, ya que las distintas investigaciones examinadas por Quispe al no estar acordes con su interpretación de “guerra revolucionaria de ayllus”, son desechadas con argumentos racistas, en donde prima el color de la piel y el apellido del investigador, y no cuestiona el fondo de la reconstrucción histórica de ese período: “Yo no soy un escritor ni literato de talla como los q'aras extracontinentales. Soy aymara, descendiente de la estirpe de los valerosos Qhispes de Azángaro (…)”.
Por otra parte, Quispe aclara que su texto da a conocer las primeras organizaciones de núcleos guerreros “de la tropa aymara en las acciones combativas contra todo el aparato militar genocida y rapaz”. Otra enseñanza inmortal y principal –dice Felipe Quispe– es el camino de las armas que tomó resueltamente Katari, que es una fuente de inspiración que se transformó en un pensamiento de violencia revolucionaria comunaria desde nuestras comunidades hasta las ciudades: “Esta lucha armada no es importada, no es foránea, es salida de la mente luminosa de nuestros grandes Amawt'as, estrategas militares”. El suponer que la guerra o la estrategia militar fueron producto de las elucubraciones de los aymaras es ignorar la historia de la humanidad, más aún, conferirle una categoría positiva al conflicto devela que los aymaras no son constructores de una cultura de paz y armonía, que hasta hace poco eran valores resaltados por sectores académicos y políticos.
Al momento de reconstruir la historia de los aymaras, Felipe Quispe parte de la idea de que la invasión española habría destrozado “el floreciente desarrollo intelectual, nuestros amawt'as, ideólogos y pensadores; nuestros militares estrategas, astrónomos e ingenieros aymaras; a todos nuestros sabios los han tildado de brujos y los quemaron vivos en el fuego, algunos de ellos han sido descuartizados y despedazados; han destrozado a sangre y fuego nuestra querida religión aymara cósmica, nuestra cultura, arte militar, saber administrativo, arte en la tejeduría, cerámica”. Todos los logros que menciona Quispe no fueron contrastados en su texto, quedando en el plano de la idealización. Pero todas las desdichas manifestadas no se equiparán –dice Quispe– con el derrumbamiento del “brillante sistema comunista aymara de ayllus, creado y edificado por nuestros propios antepasados”. En este punto, Quispe adopta sin en el menor reparo los términos foráneos de comunismo y revolución como si fuesen propios de la cultura aymara. Además, cabe señalar que la idea de socialismo o comunismo en el Inkario fue planteada por el sociólogo y político boliviano José Antonio Arze en su ensayo Sociografía del Inkario ¿Fue socialista o comunista el Imperio Inkaiko? (La Paz: Editorial Fénix, 1952).
Un pasaje interesante que narra Felipe Quispe es su concepción romántica sobre los aymaras: “Hace diez mil años, antes que aparezca el famoso Jesucristianismo opresor en el mundo: cuando el hombre y la mujer aymara eran felices porque no vivían de hambre y miseria; es por eso que en nuestra lengua propia aymara, no existe la palabra 'pobre', con esto quiere decir que no hubo la pobreza en nuestra sociedad de ayllus”. Se puede advertir que Felipe Quispe desconoce o tergiversa el idioma aymara, ya que Juan Ludovico Bertonio en su Vocabulario de la lengua aymara publicado en 1612, indica que pobre tiene las siguientes acepciones: Huahhcka, Villullu, Koma; además, Bertonio registra los siguientes vocablos en aymara: “pobrísimo”, “pobre de plata”, “pobre entonado”, “pobre mendigo”. Del mismo modo, el autor contemporáneo Manuel de Lucca en su Diccionario Aymara-Castellano (La Paz: Impresiones Cala, 1983), manifiesta que pobre significa Wajcha (desprovisto de todo); y pobreza Wajcha cancaña (estado del que carece de lo necesario para vivir). Por otro lado, siguiendo la lógica sociolingüística que propone Quispe, en donde la mera existencia o inexistencia de una palabra refleja el modus vivendi de una sociedad, entonces, se puede inferir que los aymaras –como cualquier otra sociedad– eran proclives al robo (lunthatiri), al asesinato (jiwayaña), la delincuencia (jucharara), la mentira (kari), la adulación (llunc'u), el adulterio (anisquipaña), la estafa (apjaña/sallkjaña), etcétera.
En las recientes declaraciones vertidas a la prensa, Felipe Quispe exteriorizó su indignación sobre el apelativo de 'salvajes' conferido a los bloqueadores: “Inclusive nos han visto como a bestias humanas. Nos han visto como salvajes (…)”. Por supuesto, es reprochable toda actitud prejuiciosa al ser humano. Pero la victimización de un determinado sector puede ser engañoso e instrumentalizado cuando se busca réditos políticos; pues resulta que en el texto titulado Algunos principios de la filosofía aymara –tercera parte del libro Tupak Katari–, Felipe Quispe se refirió a la actual civilización con los siguientes términos: “Cavernaria, corrupta, llena de horrores; es una sociedad subjetivista llena de vagos. A esta doctrina de civilización salvaje, contrabandeada de occidente, hay que abolir y hay que enterrar de una vez por todas, porque es una civilización asesina de odio y discriminación racial al indio (…). Son amantes de robar, de mentir, de ser flojos (…), la civilización de la burguesía es la civilización del diablo q'ara, es individualista, personalista, egoísta (…)”. Curiosamente las categorizaciones segregacionistas que infiere Felipe Quispe al “blanco” son muy similares a las ofuscaciones que tuvieron por ejemplo, Alcides Arguedas, Enrique Finot y Daniel Pérez Velasco con el sector “cholo” a principios del siglo XX.
Lo más llamativo de las categorizaciones racialistas expuestas y difundidas por Felipe Quispe, es que no son temas de discusión, debate y autocrítica en el seno interno de sus partidarios; sino todo lo contrario, en ellos pregona el discurso de la eterna discriminación verticalista, esto sin duda, es un indicador alarmante que devela un racismo ideologizado en varios segmentos de la sociedad boliviana.
Otro dato sugerente que traza Quispe, es su protesta contra la civilización occidental que inventó las armas de fuego, “los q'aras subjetivistas e idealistas son culpables (por) fabricar estos tipos de armas”. Paradójicamente, Felipe Quispe al momento de ser partícipe del Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK) en los años noventa, tuvo que recurrir a la compra de armas foráneas para encausar su aventura guerrillera. También, en los recientes bloqueos de caminos se pudo observar a los ponchos rojos exhibiendo afanosamente sus fusiles de guerra. Entonces, el denostado “invento del asesino”, es un discurso de doble moral que se acomoda sutilmente a las necesidades sediciosas del “comandante de bloqueos”.
La historia bajo la óptica de Felipe Quispe tiene sus propias temporalidades con el presente, en donde se cruzan, se interrelacionan y se enredan continuamente entre traiciones, retiradas, ataques, cercos y su discurso de odio al otro. Por ejemplo, al momento de referirse al Cerco que azotó a La Paz dice: “Los almacenes de los grandes ricachones, de los grandes terratenientes españoles y otros chupasangres, lo que han robado en víveres de nuestra comunidad se ha vaciado por completo. Aquí hay que ver la actuación de nuestros abuelos, la mejor arma que han empleado en esta Guerra Revolucionaria Aymara contra explotadores y opresores, es no meter ningún producto agropecuario hasta que mueran las fuerzas enemigas por inanición, por eso los misti-q'aras aparecían botados en las calles, cualquier cantidad de muertos de hambre. Es por eso que se vieron empujados y obligados por la fuerza del hambre igual que en el primer Cerco, a comer cueros, petacas, suelas de sus zapatos, hierbas y no perdonaron ni a sus perros, gatos, burros, caballos, mulas, ratones. El hambre es tan seria [para] la humanidad que los blancoides vuelven a su era antropofagia, enloquecidos por el hambre han llegado a degollar a sus propias wawas (en quechua significa bebé) para ser comidos en asado y así han sobrevivido durante el Sitio Indio”.
El desenlace que relata Quispe del Cerco, es que los ataques del ejército aymara eran con mechones de fuego, con barretas que abrían las murallas que rodean la ciudad sitiada: “Hay gigantescos asaltos con piedras y fusiles al grito de ¡Vivir o morir!, ¡Los aymaras al poder, q'aras a la horca! La ciudad sitiada estaba a punto de caer a manos de sus propios hijos legítimos y originarios del Kollasuyo, y así acabar de una vez por todas con este aparato estatal colonialista y esclavista; sobre dichas ruinas construir una nueva sociedad Comunitaria de ayllus, sin explotados ni explotadores, sin opresores ni verdugos”. El escenario histórico que pinta Felipe Quispe cae en la lógica amigo/enemigo que tiene distintas caras y escenarios.
En los hechos prácticos, los bloqueos de caminos son utilizados como escenarios de lucha que sirven a sus actores involucrados conseguir notoriedad pública, chantaje al gobierno, negociación de la ley, entre otras. En el caso del reciente anuncio de cercar a La Paz, advertimos que no duró el tiempo vaticinado, otra vez el estridente sueño de Felipe Quispe se vio frustrada por la tortuosa trayectoria de las organizaciones sociales y los dictámenes de las nuevas generaciones que anhelan ante todo modernización, progreso, tecnología, educación, salud, cargos públicos, etcétera, en contraposición a la verborrea de una nueva nacionalidad y la restauración del Kollasuyo en pleno siglo XXI.