Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 19 de agosto de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Siempre fui espantosamente miope. Además, con el tiempo y el avance de los años, mis ojos sufrieron otras decadencias, aburridas de contar. Sin embargo, la ciencia avanza también, y resulta que además de lentes intraoculares (parece ciencia-ficción, ¿no?) ahora tengo doble larga visión. Tengo, para comenzar, visión telescópica, porque desde mi aislamiento yungueño puedo ver a lo lejos, hasta las mismas cumbres andinas. Luego, puedo ver hasta el pasado lejano, gracias a mis décadas de vida. Esa doble visión me tiene pensativa y no del todo feliz. A ninguna mujer, por mayorcita que sea, quiere reconocer que es vieja. Y ¡diantre! no lo soy, aunque sé que ya nadie dice ¡diantre!
Meditando sobre el tema, estoy feliz de tener esta visión especial, pero también estoy obligada. No puedo recurrir a los “qué se yo” de la juventud y debo admitir que los años pesan, aunque añaden abundante sal y pimienta a la vida con cada experiencia. Es decir, aunque miro desde aquí al Mururata, y hacia atrás un montón de años (que no divulgaré), no puedo ver el futuro, ni adentrarme en las profundidades del alma ajena, sobre todo en tiempos de tanta crisis y política; tiempos de dolor, de aprovechadores y negociadores, negadores y renegadores.
Ambas visiones me dicen que este Covid mortal, pasará, pero no sin gran sufrimiento. Estas plagas han sido parte inevitable de la condición humana, lo cual no quiere decir que debemos rendirnos, y menos negar sus efectos, haciendo oídos sordos a consejos médicos y reglamentos municipales o de ley. La situación se complica con las impostergables y necesarias elecciones, que definirán el curso de los próximos cinco años. Sin embargo, la crisis y el momento crucial político pasarán y en un tiempo –todavía impredecible- estaremos mirando atrás, felices de haber sobrevivido, especialmente si lo logramos con la moral y el pellejo intactos.
Nadie sabe quién vivirá y quién desaparecerá, pero eso ha sido cierto siempre. El destino final de todos es el mismo, y la vida siempre vino sin garantías. Recordemos que en el pasado, pestes y guerras se dieron el gusto de exterminar a seres humanos por millones, sin poder acabar con la especie. Hay algo tan resiliente, tan vibrante en la humanidad como entidad múltiple, que la hace sobrevivir y, luego de la tragedia, la impulsa a innovar, avanzar y multiplicarse hasta ser como antes o más, y supuestamente mejor.
Mirando a este momento en un contexto histórico, veo claramente que lo importante e irreemplazable para cada uno de nosotros es tomar esa pequeñísima vida individual que ocupa nuestro cerebro, que hace latir nuestro corazón, que nos hace sentir amor y dolor, y vivirla de la mejor manera posible. Hay que vivir día a día, hora a hora, respirando agradecidos mientras podamos inflar los pulmones para gritar, cantar o llorar.
En todo caso, podemos y debemos aprender las lecciones del pasado. De eso se trata: evitar el contagio; respetar los derechos de los demás; y sobre todo agradecer a Dios y al destino que tenemos un tiempo más para amar y ser amados. Lo esencial es vivir cada día a plenitud y no perderse en las oquedades de la politiquería y la ambición, o en la lucha incesante para lograr los supuestos beneficios de un pedacito de poder. Por eso, quien sabe a conciencia que no tiene posibilidades de ganar en las elecciones, debería ayudar a que otros ganen, sin desmedros. Sería una afirmación de vida apoyar, ayudar a levantar al país y dar no sólo vida a su gente, sino posibilidades de felicidad, logros, superación y triunfo.
Eso sería progreso. No nos dejemos engañar por fantoches. Lo que impediría el avance sería la reiteración de la angurria por el poder sin límites de tiempo, decisión o lucro. La ambición febril y abierta es destructiva. Será crucial votar por quien gobierne apoyando y construyendo, no solamente figurando y lucrando.
Suficiente daño nos ha hecho esta plaga, este martillazo del destino que no distingue bueno de malo, joven o viejo, blanco o negro, incauto o indefenso. Hay que levantar la vista y mirar el mañana con otros ojos. Será hermoso si logramos unirnos para sanar, buscando construcción, diálogo y convivencia, gozando de una vida en la cual compartir y ayudar sean nuestras metas generosas, sin la descarnada concupiscencia del ayer.