Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 04 de julio de 2020
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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En aquel entonces, nadie imaginó llegar a ser víctimas de la convivencia viral más envenenada del Covid 19 con su implacable poder mortífero y la infección política más desastrosa con la epidemia viral del populismo, a la cual el eximio novelista hacía referencia.
En la Bolivia de hoy coinciden ambas epidemias, la biológica y la social. El populismo boliviano es uno de los más virulentos porque se potencia con un racismo revanchista que al ser incapaz de combatir la pobreza de grandes sectores de la población asentada en el área rural, inyecta odio y resentimiento entre los pobres, particularmente indígenas, contra la mayoría mestiza del país.
El odio carcome la sociedad boliviana y la fragmenta exagerando diferencias regionales, étnicas y económicas que pudiendo ser complementarias devienen en un campo de Agramante donde la ley es remplazada por el bloqueo, la manifestación callejera, la lucha fratricida siempre hasta sus últimas consecuencias con el corolario de infanticidios, feminicidios y otros delitos de violencia.
14 años de ese populismo destruyeron no sólo la economía nacional, sino que frustraron el desarrollo. La Ley de Participación Popular, que otorgó poder político y recursos económicos a los municipios, benefició más a los rurales, pero al someterse éstos al masismo, los indígenas engañados pasaron a ser carne de cañón de los desmanes populistas.
En octubre pasado, cuando la indignación general hizo huir al tirano, sus seguidores buscaron asilo en embajadas o se sumergieron en el anonimato. Sus parlamentarios, disfrazados con máscaras de conciliadores, validaron la ascensión constitucional de la nueva Presidenta, El ministro Cruz desbarató las engañosas brigadas médicas cubanas. Las amenazas masistas de convertir a Bolivia en un nuevo Vietnam parecían anuladas. Pero esta maravilla duró poco, la recaída del populismo llegó con bloqueos, marchas en busca de muertos para convertirlos en bandera y se evidenció el error de no haber combatido al Parlamento con la misma decisión con la que se hizo huir al tirano. Semejante falla colectiva no excluye a nadie, pero está castigando a todos.
Cuando la pandemia llegó a Bolivia, el MAS perjudicó las medidas de contención, únicas realmente eficaces, unas veces minimizando la pandemia otras exagerando sus riesgos. El Parlamento fue el centro de la resistencia a las medidas preventivas. El populismo, en alianza con el Covid 19, enarboló la bandera azul de la Muerte, hasta las últimas consecuencias.
La estrategia actual es precipitar las elecciones. El populismo confía en que el miedo a la muerte provocará tal grado de abstención, que con el tercio de apoyo que le dan las encuestas y la división que ellos mismos provocan entre las fuerzas democráticas, podría ganar las próximas elecciones sin importar cuántos mueran.
Su candidato, Arce Catacora, el prestidigitador de la economía, trató de convencernos que Evo destinaba a la salud más del 10% del PIB y subrepticiamente expulsó del país al padre Mateo. Con igual cinismo anunció la disminución radical de la pobreza, que ahora aflora con 70% de informales.
El candidato ordena a sus seguidores violar toda forma de contención de la pandemia y simultáneamente bloquear en el Parlamento el ingreso de recursos para combatirla. Paralelamente, sus virus sembrados en la administración pública recuperan su oficio: promueven la corrupción con el cuidado de comprometer siempre a personeros del gobierno. Además, cuantos más cadáveres insepultos, más huérfanos abandonados y mayor corrupción aparezcan, más crece su confianza en tener más votos.
Recursos para lograrlo le sobran, pero los dos tercios de la población inmunizada contra el masismo no son tan ingenuos para permitirlo y si las organizaciones políticas no se unen, el voto popular sabrá decidir quien tiene más apoyo para terminar con el MAS. El voto útil será indispensable.