Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 26 de mayo de 2020
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Hay que añadir, por fortuna, que los factores de la cultura política del autoritarismo son históricos, es decir, pasajeros. No conforman esencias inamovibles, perennes e inmutables, aunque pueden durar varios siglos. Un ejemplo: hasta noviembre de 2019 en Bolivia predominaba una cultura política del autoritarismo, dentro de la cual la posición del individuo frente a la autoridad estatal podía ser calificada de ambigua: las personas no disponían de un ambiente de invulnerabilidad, protegido por la normativa jurídica, que es indispensable para el despliegue de la dignidad humana, como se la entiende en el ámbito moderno.
No creo que esto haya cambiado sustancialmente porque la cultura política boliviana es antidemocrática, antiliberal, antipluralista y, en una palabra, antimoderna. Esta es la base del autoritarismo. Es probable, por otra parte, que la creciente economía informal en Bolivia constituya una amenaza para una democracia consolidada y una modernización adecuada, pues no fomenta una buena educación de acuerdo con los parámetros racionales de nuestra época y no promueve valores como el respeto a los derechos de terceros y la protección al medio ambiente.
Numerosos regímenes democráticos de tendencia neoliberal en el Tercer Mundo –establecidos a partir de 1980 y que poseen una economía de libre mercado, un empresariado privado más o menos exitoso y un funcionamiento aparentemente aceptable de sus instituciones democráticas– son sistemas que, al mismo tiempo exhiben tasas alarmantes de corrupción, preservan mentalidades autoritarias, denotan dilatados fenómenos de nihilismo social, manifiestan un desempeño económico mediocre y ostentan un índice exorbitante de destrucción ecológica. En estos casos se puede observar la fatal combinación de ineficiencia técnica y carencias éticas.
La ineptitud y la corrupción administrativas, practicadas abundantemente por las élites neoliberales en América Latina, son dos motivos importantes para el rechazo de las mismas por los votantes y para el descalabro del sistema de partidos. Todo esto ha contribuido a la expansión de populismos de variado signo. En buena parte de América Latina, la democracia moderna y la desilusión con sus resultados prácticos son factores vinculados estrechamente en la consciencia colectiva.
Al debilitamiento de la democracia han contribuido vigorosamente los intelectuales bolivianos, quienes siguen aferrados a los dogmas del marxismo tercermundista, ahora combinados con modas postmodernistas. No se destacan por su originalidad ni por un espíritu genuinamente crítico y no practican un mínimo de investigación seria. Por ello se enfrascan en discusiones bizantinas de poca trascendencia social. No creo que esto vaya a cambiar en el futuro inmediato. Los intelectuales, con algunas pocas y notables excepciones, tenían y tienen como metas normativas los valores de orientación más rutinarios y convencionales: dinero, poder y prestigio. En eso hay una continuidad apabullante desde tiempos inmemoriales. En una palabra: carecen de ejemplaridad ética y cultural con respecto a los otros estratos sociales.