Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 02 de mayo de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Entre ceja y ceja
La ceguera y la locura del poder
Se atribuye a Plutarco la sentencia: “Los dioses ciegan a quienes quieren perder” y a Eurípides aquella que dice: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Por su parte, el escritor mexicano Héctor Aguilar Camín afirma, en boca de uno de sus personajes de su reciente novela, Toda la vida: “El poder ofusca a los inteligentes y a los pendejos (tontos) los vuelve locos”.
Desde tiempos inmemoriales, la ceguera y la locura aparecen asociadas al ejercicio dilatado y absoluto del poder, sobre todo a la fase aquella en que los poderosos, advertidos de la cercanía de su decadencia, no ven los peligros de su obcecación por mantenerse en el mando y enloquecen en el inútil afán de perpetuarse.
Les pasó a todos los autócratas y déspotas a lo largo de la
historia y sigue sucediendo en nuestros días. Hace poco más de un
lustro, por ejemplo, sucedió en la denominada Primavera Árabe: En Túnez,
desde 1987, gobernaba el dictador Ben Ali. No quiso darle importancia a
un movimiento ciudadano catalizado por la agonía y posterior muerte de
una víctima de la represión y tuvo que salir expulsado por su propio
pueblo, a través de la puerta trasera de la historia.
En Egipto, Hosni Mubarak, que llevaba 30 años en el poder, al final se
derrumbó tristemente debido a que millones de sus compatriotas no
soportaron más sus desvaríos autoritarios. En Libia, Muamar Gadafi,
luego de gobernar su país con mano de hierro y no poca dosis de insania,
durante 42 años, murió linchado en una alcantarilla de una manera
inhumanamente cruel. En Yemen, el país más pobre del mundo árabe, Ali
Abdullah Saleh, que había logrado el improbable mérito de hacer aún más
miserable a su nación, fue finalmente echado ignominiosamente del poder
por un gigantesco movimiento ciudadano. En Siria, Bashar Al Assad, el
tirano que no duda en bombardear con armas químicas a sus compatriotas,
todavía se mantiene precariamente en la cúspide, gracias al apoyo
incomprensible de Rusia.
En todos estos casos, el rasgo común es la ceguera ante una realidad
adversa y la locura a la hora de tomar decisiones demagógicas y
desesperadas para afrontar el desapego popular. Exactamente esto estamos
viendo (y viviendo) de manera dramática en Venezuela y Nicaragua. Allí
los dictadores Maduro y Ortega luchan denodadamente por aferrarse con
uñas y dientes a un poder que hoy se les presenta esquivo.
La más reciente locura de Maduro fue decretar antier un nuevo aumento salarial del 95%. Hoy el sueldo mínimo en Venezuela es de dos millones y medio de bolívares, que equivalen a 66 dólares al cambio oficial y 100 al cambio en el mercado negro. Los aumentos salariales, los bonos extraordinarios y dobles o triples aguinaldos, son medidas típicas del ocaso de los gobiernos autoritarios.
En Nicaragua, el autócrata Ortega y su esposa y vicepresidenta Murillo,
aterrorizados ante el embate ciudadano de las últimas semanas, repiten
la vieja receta y masacran a la resistencia popular por un lado y por
otro reparten desesperadamente dádivas y canonjías, en la irracional
creencia de que así podrán prolongarse en la cima del poder.
Nuestro país, que padece los rigores de una dictablanda o democradura,
según el énfasis que el régimen asume de acuerdo con las circunstancias,
no es completamente ajeno a la realidad que hemos descrito líneas
arriba. En su raudo despeñadero, nuestros gobernantes, ciegos ante el
clamor ciudadano que pide se vayan una vez cumplido su mandato en 2020,
deciden medidas desesperadas como el doble aguinaldo (¡qué no!) y la
promulgación de una Ley de Empresas, francamente confiscatoria, sacada
de una raída galera pseudosocialista, que no habla precisamente bien de
la salud mental de sus forjadores.
Es deseable (aunque poco probable) que retorne algo de cordura a las
decisiones de los poderosos, que acepten democráticamente la decisión
del pueblo expresada el 21 de febrero de 2016 y no tomen más medidas
irracionales. Es deseable (aunque, la verdad… poco probable).
Ricardo Paz Ballivián es sociólogo.