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Medio: Opinión
Fecha de la publicación: domingo 29 de abril de 2018
Categoría: Representación Política
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DE FRENTE
Justicia que mina la democracia

En muchos países de la región, entre ellos el nuestro, la
democracia lograda con mucho esfuerzo, se va desdibujando a pasos
agigantados, generando desazón en la población que sistemáticamente
pierde la fe en las bondades de un sistema que prometía justicia social,
igualdad, fortaleza institucional y transparencia en el manejo de la
cosa pública.
No podemos negar que los que gobiernan actualmente
son elegidos por voto popular y de acuerdo a las leyes vigentes, aunque
es también cierto que el ideal de participación democrática no se cumple
por las desiguales condiciones de la competencia electoral, sobre todo
por la presencia indisimulada de recursos económicos provistos por
grupos de poder económico incluido el mafioso.
Los gobiernos,
como una forma de asegurarse que la competencia no constituya un peligro
para la continuidad de su proyecto, optaron por aprobar leyes que
eximen al Estado de la obligación de financiar a las organizaciones
políticas; de esa manera, la parcialidad política en ejercicio del poder
tiene, además de la libre disponibilidad del aparato burocrático,
ingresos de aportes sobre los que no está obligada a rendir cuentas,
pues no existe reglamentación alguna que les exija transparentar sus
ingresos.
Otro mecanismo adoptado para la perpetuación en el
poder es el control absoluto de la justicia (jueces, fiscales, policía,
defensores de oficio, etc.), que antes que dirimir los conflictos
mediante la aplicación inteligente y crítica de las normas, asume como
su función primordial satisfacer los deseos de las personas vinculadas
al gobierno de turno, dictando resoluciones e informes a la carta con el
consiguiente malestar de la ciudadanía y el empoderamiento de la
delincuencia.
Las resoluciones judiciales, adoptadas de manera
desaprensiva, sin el menor cuidado en la fundamentación para explicar el
porqué casos similares son tratados de manera diametralmente opuesta,
dependiendo de factores que nada tienen que ver con el proceso
(influencia política, económica y social), atenta contra la base misma
de la democracia. No se puede concebir una sociedad democrática si no se
tiene la capacidad de garantizar una justicia independiente y libre de
sospecha de corrupción.
Lo que sucede en Bolivia
resulta preocupante por los vergonzosos niveles de mediocridad y
corrupción de los/as operadores de justicia (con honrosas excepciones),
muchos/as de los cuales han perdido hasta el mínimo resabio de dignidad
que tenían (si es que alguna vez tuvieron) a cambio de mantenerse en sus
cargos a los que, está visto, que accedieron inmerecidamente; así la
democracia es minada por la justicia.