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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 09 de marzo de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Los bolivianos encontramos milagrosamente la salida a lo que parecía una casi inminente guerra civil en un frágil acuerdo político para realizar nuevas elecciones. No había otro camino que el voto para intentar dirimir en las urnas y no en las calles la feroz disputa del poder. La convocatoria a la nueva elección no nos garantiza, sin embargo, que conseguiremos después del 3 de mayo o de la segunda vuelta el restablecimiento pleno de la confianza y, por lo tanto, de la convivencia entre los bolivianos.
Al contrario, como se perfila en estos días la disputa del poder, es más probable que después de la votación el encono político haya profundizado más aún las heridas y acrecentado los resentimientos y la sed de venganza. El tono de la campaña complica todavía más el difícil panorama.
Muy pocos muestran la intención de buscar la reconciliación y las actitudes de los candidatos asustan en vez de entusiasmar. Todo esto se resume en un sentimiento colectivo: desconfianza.
Este problema estructural no es único de Bolivia. El mundo en general sufre las consecuencias del dramático aumento de la desconfianza, que se refleja en los frágiles gobiernos que sucumben ante la ira de las movilizaciones ciudadanas.
De pronto la gente tumba temidas dictaduras sólo con sus manos desarmadas. Los expertos financieros son despreciados, los políticos quedan en evidencia como corruptos y los medios de comunicación se hacen sospechosos. Todo por la desconfianza, cuando es la confianza lo que cohesiona a la sociedad y a las instituciones.
“Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir”, escribe el español Manuel Castells, en su libro Redes de Indignación y Esperanza.
Aunque la sociedad boliviana no ha desaparecido ni se ha disuelto el contrato social, estamos en un peligroso momento de aumento de la desconfianza, que nos puede conducir aceleradamente a un espacio de lucha individual por la sobrevivencia. En ese contexto y momento tan complejo, son escasas, por no decir inexistentes, las iniciativas políticas que alientan el desarme o que empujan con entusiasmo a la reconciliación y la renovación absoluta del contrato social entre los bolivianos y sus debilitadas instituciones.
Basta revisar algunas de las encuestas para constatar la bajísima confianza en todos los candidatos y las alianzas que los postulan. De los nueve, ninguno llega a acercarse a la mitad del reconocimiento ciudadano. Es mucho más alto el porcentaje de desconfianza y de rechazo a cada uno de ellos que el de confianza.
Tenemos así una diversidad de candidatos que no ilusionan al electorado, lo que explica las dificultades de la mayoría de ellos para no rozar ni siquiera el 20 por ciento de la intención del voto. Todos, sin excepción, tienen un índice de rechazo superior al 50%, de acuerdo a algunas encuestas.
Comenzando por el candidato del MAS que encabeza los sondeos, hay una fuerte objeción a su desempeño como exministro, sobre todo en el caso Fondioc y en la forma cómo administró los abundantes recursos del mejor ciclo económico del país. Siguiendo con la Presidenta transitoria, ella no logra todavía convencer a una parte del electorado de que no se aprovecha de las ventajas que da el poder y que ofrece una propuesta distinta a la de los políticos tradicionales.
También hay desconfianza en el liderazgo y el temple de Carlos Mesa, en tanto que Luis Fernando Camacho tampoco es visto en todo el país como un político que garantice totalmente certidumbre y paz. A Chi Hyung se lo siente muy atrincherado con sus creencias religiosas y Tuto Quiroga no consigue tampoco librarse de algunos estigmas de su origen político, pese a sus aportes en la lucha internacional por los valores de la democracia moderna.
Si persisten todos en esta dinámica de campaña, marcada hasta ahora por el fuego cruzado entre los rivales del MAS, el desencanto de los electores se hará notar en las urnas y tendremos un gobierno débil y urgido de contener la creciente desconfianza. De nada servirá la votación si finalmente no se reconstruye la confianza, que es la condición fundamental para que una sociedad funcione.