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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 07 de marzo de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Etimológicamente, neutral significa estar “ni con el uno ni con el otro”. Suiza, en la Segunda Guerra Mundial, fue neutral porque no intervino en la guerra ni tomó partido por ninguno de los países en conflicto, aunque siguió prestando servicios financieros a ambos bandos, sin discriminación.
En nuestro caso, después de la triste experiencia vivida durante el régimen de un candidato al Nobel de la Paz, se esperaba que esta vez un gobierno democrático pudiera mantener la neutralidad necesaria para que no se confundieran los roles de gobernantes con los de candidatos.
En efecto, un gobierno dispone de fondos públicos, empleados, influencias y medios de comunicación para participar en la contienda. En varias ocasiones, incluso cuando el presidente en ejercicio no podía ser reelecto, sucedió que el “caballo del Corregidor” gozó de innegables ventajas, aunque, en honor a la verdad, no siempre resultó ganador.
Neutralidad no es sinónimo de imparcialidad. El Tribunal Supremo Electoral no es neutral en el proceso electoral porque participa en el mismo administrándolo, pero sin inclinarse en favor de uno u otro competidor. Neutralidad tiene que ver con indiferencia y distancia; imparcialidad, con honestidad e integridad.
Ahora bien, desde el momento en que la presidenta Añez aceptó candidatear, además de cometer un error histórico (Leopoldo Fernández dixit), incurrió en un acto de malversación de un bien público: la neutralidad. A pesar del esfuerzo de su entorno por no mezclar la gestión de gobierno con la campaña electoral, llegando a plantear situaciones esquizofrénicas con relación a horarios de trabajo y uso de bienes públicos, la verdad es que la figura de la Presidenta se desvirtuó.
Se dijo, además, que la candidatura buscaba impulsar la unidad de la oposición a Evo, una justificación que se cae por su propio peso, ya que, en los hechos, sólo está contribuyendo a fragmentar aún más aquella oposición.
Adicionalmente, se ha acentuado una tendencia del grupo gobernante a utilizar, de manera abierta o subliminal, el nombre del frente Juntos, que postula a la señora Añez, en entregas de obras y en mensajes oficiales. Lo que al comienzo del mandato parecía sólo una travesura (#UnirParaSanar) para impulsar la candidatura edil de un ministro sureño, se confirma hoy como tendencia de campaña. En efecto, la prensa ha difundido una denuncia documentada de la entrega de ayuda humanitaria a damnificados de las riadas con el rótulo “Juntos”, impreso incluso en barbijos.
Al margen de esos excesos propagandísticos, preocupa la denuncia de la oferta del “traspaso a título gratuito” de decenas de hectáreas de terrenos de una empresa pública residual al sindicato respectivo, una medida que, de concretarse, estaría reñida con la ley y la ética, con claros visos de cohecho electoral. De igual manera, el solo anuncio de un comprensible “perdonazo” tributario adquiere un cariz proselitista.
De hecho, un aspecto que los estrategas del Palacio tal vez no han considerado es que los logros y errores del gobierno pasan a ser automáticamente logros y errores de la candidata, contaminando la campaña electoral.
¡Extraña situación la que se vive en este proceso electoral!: un gobierno no neutral a cargo de un partido que no alcanzó el 5% de las preferencias electorales y una Asamblea Legislativa tampoco neutral dominada (con dos tercios) por el partido del fraude que, sin embargo, no llega hoy ni a un tercio del electorado.