Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 05 de marzo de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Abonan a esa situación las particulares características de este proceso electoral. Entre ellas se encuentra el hecho de que han pasado más de 14 años desde que vivimos una campaña electoral de verdad, o sea, con contendientes que actúan en condiciones similares; que han irrumpido en al campo político electoral actores como las corporaciones cívicas y varios medios de comunicación que se sienten algo así como los árbitros de la vida política del país; que la divergencia política es vista como traición y que la vida política pretende ser transformada en un espacio de distribución de agradecimientos y cobro de facturas.
También persisten viejas querellas que intentan ser puestas al día, particularmentre las de orden regional y religioso, y todo ello buscando que la dura e importante disputa política entre los contendientes pase a segundo plano.
En este escenario se hace necesario reponer, una vez más, la demanda de que los actores políticos hagan política y no adecúen su accionar solo a lo que dicen las encuestas, y a las diferentes organizaciones de la sociedad comprender que así es la democracia y que mientras más obstaculicemos ese trabajo, más nos costará consolidar el sistema democrático en el país.
En este sentido, el ideal es que los ciudadanos, hombres y mujeres, votemos por quien creemos que presenta una propuesta que ayudará a construir un mejor país, y no solo porque nos es simpático o le cupo cumplir determinado papel en la lucha por recuperar la democracia de las manos autoritarias del MAS. O lo hagamos pensando en si el candidato en cuestión (hombre o mujer) tendría la capacidad para hacer realidad lo que ofrece y muestre predisposición a establecer acuerdos de largo alcance con los pasados adversarios electorales y la propia sociedad en beneficio del país.
En ese orden, tengo la impresión de que se nos quiere someter a una forzada polarización por intereses corporativos, personales, foráneos y de tinte regionalista, en circunstancias en que los desafíos que nos vienen son inmensos y que para enfrentarlos se requiere subordinar las antipatías o afectos personales a visiones de futuro.
Nos cuesta entender, como está sucediendo particularmente en Santa Cruz y Cochabamba, que al mismo tiempo que se valora como cualidad la juventud de los líderes, pese incluso a que cuando llegó la oportunidad de administrar el Estado algunos de ellos aprendieron muy rápido las mañas del pasado, haya tanto desprecio por el papel que cumplieron muchos actores políticos que supieron, a lo largo de 14 años, plantar obstáculos democráticos a quienes buscaban prorrogarse sine die en el poder, como Costas, Ortiz, Mesa, Cárdenas, Doria Medina por citar a los que me vienen a la memoria, varios parlamentarios, alcaldes o concejales, dirigentes de organizaciones sociales como, por ejemplo, de los indígenas del Oriente o los médicos, y periodistas.
Sin embargo, tengo la esperanza en que, controlado el vendaval que estamos viviendo, las aguas volverán a su cauce y la ciudadanía sabrá escabullirse de las presiones polarizantes y desentenderse de las estériles disputas internas para garantizar la unidad y el desarrollo del país y consolidar el sistema democrático tan vapuleado en los últimos lustros.
No es una esperanza al vacío. El país ha dado varias muestras de recuperación a lo largo de su historia, tantas que no debemos dar espacio al pesimismo, así sea que éste parezca racional.